En preparación para vivir la Cuaresma 2011, el Santo Padre nos lanza un reto, más cortante que cualquier espada de doble filo. Al que lo intente aceptar le penetrará hasta las fronteras entre el alma y sus apegos, hasta las articulaciones y la médula. Le ayudará a discernir sus pensamientos y las intenciones más profundas del corazón. Ninguna de nuestras intenciones escapa a la vista de Dios, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas (Hebreos 4, 13). El reto está en el siguiente párrafo donde cada palabra es poderosa (y, aún así, me he permitido subrayarlo)
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.