“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7, 25-26)
Edificar la casa sobre roca significa construir nuestra relación con Dios sobre los cimientos de la experiencia. Todos tendríamos que haber experimentado, no una sino muchas veces en la vida, que el Señor es el verdadero Salvador. Es el Salvador de la Humanidad, pero eso lo lleva a cabo comenzando por salvarnos a cada uno de nosotros. Todos tendríamos que tener esa experiencia de Cristo como salvador de la propia vida, como redentor nuestro, como el Señor de la misericordia. Todos tendríamos que haber experimentado que nuestra vida habría sido distinta, habría sido peor, más infeliz, más desdichada, si Cristo no hubiera aparecido en nuestra existencia, si no le hubiéramos conocido y seguido.
Esa experiencia es la que nos salvará cuando se desaten las tormentas sobre nosotros. Quizá esas tormentas sean ataques que vienen de fuera y que nos quieran hacer creer que estar con Cristo no tiene importancia, no sirve de nada; nosotros sabremos, por propia experiencia, que no es así. O quizá la tormenta se desate dentro de nosotros, cuando estemos en la cruz y la tentación nos arrastre a la pérdida de la fe; entonces recordaremos que Cristo nos ha salvado, nos ha liberado, y que ya hemos pasado otras tormentas y las hemos vencido si hemos estado a su lado.
¿Cómo adquirir esa experiencia de Dios? ¿Cómo construir la casa sobre la roca? Teniendo una relación personal con Él basada en la oración y en la práctica de las enseñanzas del Evangelio.