Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo –dice el Señor– (Mt 28,20).
El Señor atrae nuestra atención hacia una realidad ya presente, que es el presente en que la Iglesia está. No a algo que ocurrirá, sino a algo que ya es así y será siempre hasta el final del mundo. El presente del Resucitado es abarcador de toda realidad y tiempo. Su estar-con los primeros discípulos es el mismo que el nuestro y el de los que vendrán, pues su estar-con es lugar donde estamos. No es que Él esté con-nosotros, sino que está-con nosotros. No somos nosotros quienes le damos el con en el que estar, sino que es su estar el que constituye el conen el que nosotros somos en comunión con Él y con todos los santos de todos los tiempos. El centro gravitatorio siempre es Jesús.
 
Y, en ese estar-con –en el que Él nos pone y gracias al cual, a ese estar puestos por Él en su co-estancia, en Él y con Él estamos–, se nos hace presente, cobra actualidad desde sí mismo para nosotros de distintas maneras. Reunidos en Él, en su Nombre, está presente en medio de la asamblea; en la Palabra proclamada, en el sacerdote celebrante,… Pero esa presencia, esa actualidad, en la Eucaristía, además de ser verdadera y real, lo es también sustancial de su Cuerpo y Sangre.
 
Y en el momento de la comunión esa presencia sustancial, que se nos da en alimento, nos lleva de nuevo, nos consolida en ese su estar-con. La Eucaristía es sacramento de comunión, hace el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, y a nosotros nos reafirma en esa comunión en la que fuimos  puestos en el Bautismo.