Hay dos fijaciones del tradicionalismo en la Iglesia que siempre son el caballo de batalla con el que uno se encuentra a la hora de polemizar sobre la situación actual de la nave de Pedro.

Como muchos habrán adivinado, no son otras que el tema del ecumenismo en el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica de 1970, auspiciada por Pablo VI tras la Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada liturgia.

Formado en Congregaciones Marianas y en la espiritualidad ignaciana de toda la vida, nunca pude sospechar que aquellos jesuitas tradicionales de los que mamé todo en mis primeros años en la fe se hubieran quedado cortos en su ortodoxia comparados con los postulados de los más tradicionalistas de la iglesia.

Si algo aprendí en todo esos años fue que en materia de obediencia,  el sentire cum ecclesia de San Ignacio es la cúspide espiritual de la vida religiosa, que siempre trata de ser obediente al Padre a imitación de Jesucristo a través de la persona del superior y la profesada obediencia a la Iglesia en la persona del Sumo Pontífice.

Con estas coordenadas eclesiales de referencia, nunca he podido entender la abierta crítica que por parte de algunos se hace tanto al Concilio, como a la autoridad de Pablo VI en su oficio de Papa a la hora de sancionar las reformas que vinieron con posterioridad a éste.

Puedo entender, más o menos,  el escándalo de muchos ante los desmanes de algunos, pero me parece un salto considerable pasar de la condena de los actos concretos de unos pocos, al descrédito sistemático de todo el Concilio y lo que viene después.

Cuando se habla de estos temas, así como de los males de los que adolece la Iglesia, el argumento estrella que siempre surge como clave explicativa de todo es el de la protestantización de la Iglesia.

En esta sintonía explicativa ecumenismo y reforma litúrgica son los dos grandes errores del Concilio que nos han llevado a la precaria situación de la Iglesia hoy en día, y la mejor demostración de ello es el abandono masivo de la misma al que hemos asistido tras el mismo.

Me encantaría entrar en estos temas, pero para no alargarme, recomiendo los brillantes post de José Miguel Arráiz en Infocatólica, que no tienen desperdicio.

En lo que quiero fijarme eso sí,  es en la pretendida protestantización de la Iglesia, pues viene a ser el coco que siempre se esgrime para descalificar todo lo que se mueve.

Previamente señalar lo curioso que resulta que gente que no ha pisado en su vida una congregación protestante se ponga a decir que nuestra liturgia actual está protestantizada.


Una cosa es conocer lo que se enseña en cualquier facultad de teología católica sobre Lutero, Calvino y la Reforma, y otra muy distinta conocer el mundo protestante actual, que es de una riqueza y una diversidad tal, que muchas veces raya la contradicción, pues se puede encontrar de todo.

Por ejemplo, podemos encontrarnos cosas tan dispares como una misa tridentina (si consideramos a los anglicanos protestantes) o un servicio informal tipo Gospel como los que se dan en algunas iglesias estadounidenses.

Así que la cuestión previa  es: si se da una protestantización, ¿de qué tipo de protestantización estamos hablando? ¿Bautista, metodista, luterana, calvinista, evangélica, pentecostal, no denominacional,etc,etc?

  Porque si el problema es que haya guitarras en las iglesias, a más de uno le sorprendería ir a un culto luterano tradicional acompañado de un órgano barroco de los de toda la vida, y supongo que más de un esquema se le vendría abajo.


Por supuesto no estoy entrando en profundidad en el tema, lo que quiero señalar es el común desconocimiento de la práctica protestante, aunque en la Iglesia católica tenemos gente que viene del mundo protestante que nos puede explicar mucho de lo que se vive en ese mundo.

 Dos exponentes señeros en Estados Unidos son Scott Hann y Peter Kreeft, ambos provenientes del protestantismo más clásico y ahora conocidos apologetas de la fe católica.

  Hann pertenece al Opus Dei y enseña en la universidad franciscana de Stubenville, y Kreeft es profesor de filosofía en el Boston College de los jesuitas. Ambos saben mejor que nadie de donde vienen, y por eso mismo pueden apreciar la intensidad de la liturgia católica (por ejemplo La cena del Cordero de Hann es una apasionante profundización en la Misa)

Pero volviendo a lo que importa, si se desconoce la práctica protestante, difícilmente se puede acusar de protestantización, en rigor, a la Iglesia católica actual.

En realidad lo que se quiere criticar tildándolas de protestantes,  son las formas introducidas en la liturgia, y al hacerlo se entra de lleno en un tema teológico mucho más grave, que tiene que ver con la constitución misma de la Iglesia y la autoridad de sus pastores.

Si uno de los postulados fundamentales de Lutero es la interpretación individual de la Escritura con la asistencia del Espíritu Santo, que conlleva también una demolición de la Iglesia como estructura jerárquica y de autoridad en materias de fe, me pregunto quién es verdaderamente el protestante.

Me resulta de lo más llamativa la velada eclesiología que se esconde detrás de todas las corrientes que minusvaloran el Concilio Vaticano segundo y todo lo que trajo. En el fondo lo que se nos viene a decir es que la Iglesia se ha equivocado, pues no se da valor a lo aprobado por el Concilio, ni a los decretos y reformas posteriores del Papa.

Justo lo contrario de la Iglesia católica en la que yo he crecido en la fe donde siempre se me ha enseñado a tener una exquisita comunión con la Iglesia y sus pastores, y jamás de los jamases se ha puesto en duda ni la autoridad del papa, ni la del concilio, ni la de los obispos.


Y precisamente en esto, en el sentir con la Iglesia ignaciano, nos jugamos el ser o no ser de católicos, pues si la Iglesia católica se equivoca, entramos de lleno en categorías teológicas de la Reforma.

Al final lo que está clarísimo es que hay mucho desconocimiento de lo que la propia Iglesia dice de sí misma, así como de lo que se vive en las otras iglesias cristianas separadas pero hermanas, y se habla de protestantización de la Iglesia de una manera a mi entender muy superficial.

No hace falta entrar en el debate de lo que está mal o bien en materia de liturgia, ni entrar a criticar el desfigurado entendimiento del tema del ecumenismo que muchos tienen. Previamente tenemos que sentarnos a hablar del valor que tiene la Iglesia, su autoridad, la de sus pastores, y la promesa de asistencia a la misma de parte del Espíritu Santo.

Al menos yo, sin tener eso claro, no podría ser católico, pues me parece que está en la esencia de las cosas el poder confiar en que la Iglesia, pese a la imperfección de las mediaciones humanas que necesariamente tiene que padecer, está guiada por el Espíritu Santo y al final estamos seguros de hacer la voluntad de Dios si seguimos lo que ella nos dice.