Hay un buen número de cristianos que sufren viendo que su tendencia no es la normal, y hay un grupo reducido de homosexuales que alardean de serlo y que, aparte de no ahorrarse críticas e insultos contra el Papa y la Iglesia por no acceder a sus peticiones, intentan que sus uniones sean equiparadas al matrimonio.
Y puesto que se mueven mucho en los medios de comunicación, quiero hacer una reflexión sobre la gravedad de lo que pretenden, comentando algunas ideas sobre un documento de la Santa Sede recientemente aparecido.
Inicio mi reflexión afirmando con rotundidad, que debemos rechazar todo lo que suponga marginación y discriminaciones injustas; en este caso de los homosexuales y en cualquier otro. Son personas y, para los cristianos, son hermanos.
La Santa Sede publicó un documento «de carácter doctrinal», («Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales». Del mismo, entre otras cosas se deduce:
Que se trata de un problema moral grave, ya que todos estamos llamados a vivir la castidad y aunque la inclinación homosexual “es objetivamente desordenada”, las prácticas homosexuales “son pecados gravemente contrarios a la castidad”.
Que no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales están en contraste con la ley natural y son intrínsecamente desordenadas
Que la Iglesia respeta a los hombres y a las mujeres con tendencias homosexuales y les invita a vivir según la ley del Señor, en castidad. Hay que recordar que las prácticas homosexuales son pecados graves contra la castidad.
Que frente al reconocimiento legal o a la equiparación con el matrimonio heterosexual, existe el deber de oponerse de manera clara y motivada, reivindicando incluso el derecho a la objeción de conciencia.
Y que hay que distinguir entre la unión homosexual como fenómeno privado y otra cosa su reconocimiento legal, como modelo de vida social, que devaluaría la institución matrimonial y obscurecería la percepción de algunos valores morales fundamentales.
Por último, que si el parlamentario católico se encuentra ante un primer proyecto de ley favorable a este reconocimiento, tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo, votando en contra. El voto favorable sería un acto gravemente inmoral.
Después de esta postura de la Santa Sede voy a expresarme con toda verdad, respeto y claridad sobre esta cuestión. Es lógico que me sitúe en coherencia con la Santa Sede como deben situarse todos los católicos.
Desde luego que no es ningún derecho. Una cosa es que se respeten las decisiones personales que no conculcan ningún derecho, y que los adultos reclamen el derecho a vivir como quieran y a unirse con quien quieran. Nos parecerá bien o mal, pero nadie se lo puede impedir. Es lógico que la convivencia homosexual y cualquier otra convivencia se regule por ley en cuanto a seguros, derechos etc.
Otra cosa muy distinta es que se intente equiparar la unión homosexual a la unión familiar a todos los efectos. Esto ya es distinto. Si se les da a estas uniones el mismo rango que al matrimonio, se está cambiando radicalmente el concepto de matrimonio y de familia, en contra de la historia y de la opinión absolutamente mayoritaria de la sociedad. Y esto es muy grave.
Pero es que, además, si ante la presión de estos grupos, se equiparen estas uniones a la unión familiar ¿con qué derecho se les puede negar esa equiparación, no a una pareja, sino a un grupo de homosexuales o de heterosexuales que quieran ser reconocidos como unidad familiar? ¿Por qué poner la condición de que estas uniones sean uno con uno, o una con una? Cualquier grupo podría reclamar otra forma de convivencia con el mismo derecho.
José Gea
(Continuará)