Que hay religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos que están, más o menos abiertamente, contra el Papa no es una noticia nueva. Todos lo sabemos. También sabemos todos que los laicos practicantes están, en cambio, en su inmensa mayoría muy próximos al Pontífice, como lo estuvieron con el Papa anterior. La noticia es que un nuncio se atreva a decirlo y que lo haga sin pelos en la lengua.
Normalmente los nuncios, por su profesión, son discretos y se suelen abstener de hacer declaraciones públicas que generen controversia. Al fin y al cabo son diplomáticos y la mesura va unida al cargo. Sin embargo, el representante del Papa en Argentina, monseñor Bernardini, ha decidido saltarse esa ley no escrita y ha puesto su autorizada voz al servicio de la verdad. De la Verdad con mayúsculas –que es Cristo-, diciendo que el rechazo que sufre el Papa entre un sector creciente de la jerarquía se debe a su defensa de esa Verdad. En su crítica no ha dudado en decir que el episcopado sigue siendo de bajo perfil, con lo cual, indirectamente, está criticando a sus colegas, los nuncios, que son los que proponen los nombres de los obispos al Papa.
Puede ser que las palabras del nuncio en Argentina se deban a un cierto malestar o enfrentamiento con el episcopado de ese país. Lo ignoro. Pero es muy probable que se estuviera refiriendo a lo que está pasando en general en la Iglesia. Pongamos un ejemplo: cuando el año pasado Benedicto XVI fue objeto de una campaña de acoso y derribo por parte de los de siempre, a través del diario “The New York Times” y de la BBC, reclamando su dimisión por una supuesta protección a pederastas, las Conferencias Episcopales enviaron, ciertamente, cartas de adhesión al Pontífice, pero fueron muy pocos los obispos que convocaron vigilias de oración en sus catedrales para rezar por el anciano Papa sometido a un acoso mediático sin precedentes. Fueron muy pocos los que promovieron iniciativas públicas de apoyo al mismo, como recogida de firmas a su favor. ¿Era falta de imaginación –ese perfil bajo del que habla el nuncio argentino- o era algo más profundo y grave? Además, cuando movimientos como el de los Franciscanos de María se lanzaron a la calle a buscar esas firmas, muchos sacerdotes se negaron a que las pidieran en las puertas de sus parroquias. No estamos, pues, ante casos aislados –por desgracia siempre inevitables-, sino ante una desafección extendida, ciertamente no mayoritaria entre los obispos y el clero diocesano, aunque sí entre los religiosos. Denunciarlo, como ha hecho monseñor Bernardini, es el primer paso para resolver el problema. Rezar es el segundo y definitivo. Por último, convendrá actuar, saliendo en defensa del Papa y de la Iglesia, incluso ante los enemigos de dentro.
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