Contrataron a un gurú de los negocios para impartir un curso de gestión del tiempo a un grupo de quince directivos de varias empresas. El gurú miró a los quince muy despacio. Sacó una especie de cuenco y luego diez grandes piedras, del tamaño de una pelota de tenis, que colocó en el cuenco de forma que ya no habría cabido ninguna más.
“¿Está el cuenco lleno?” les preguntó.
“Sí”, replicaron todos.
“¿Estáis seguros?” dijo él, y sacando una bolsa de pequeñas piedras las esparció por entre las grandes en el cuenco.
De nuevo preguntó: “¿Está el cuenco lleno?”
“Probablemente no”, dijo uno de ellos.
“Bien”, dijo el gurú, sacando esta vez una bolsa de arena que esparció por entre las piedras grandes y las pequeñas.
Y de nuevo la pregunta: “¿Está el cuenco lleno?”
“¡No!” dijeron todos al unísono.
“Muy bien”, respondió el gurú sacando una botella de agua y vertiéndola por encima de las piedras y la arena.
El gurú preguntó: “¿Qué gran verdad nos ha enseñado esto?”
Uno de los ejecutivos, sabiendo de qué trataba la charla, respondió: “Nos ha enseñado que cuando tienes la agenda completa siempre tienes tiempo para poner más, para hacer más”.
“No”, respondió el gurú. “La gran verdad que esto muestra es que si no pones las piedras grandes lo primero nunca serás capaz de poner todo en el cuenco”. Y añadió: “¿Cuáles son vuestras piedras grandes? ¿La salud? ¿La familia? ¿El trabajo? ¿Amigos? ¿Aprender? ¿Defender una causa? ¿Descansar? Preguntaos siempre cuáles son vuestras piedras grandes y priorizarlas. Si dais prioridad a las cosas pequeñas, como las piedrecillas o la arena, quizás estéis gastando tontamente el tiempo para las cosas realmente importantes, las grandes piedras”.
Y, en silencio, el gurú abandonó la habitación.
La enseñanza es tan clara que no necesita explicación. Sin embargo, quizás al gurú le falto decir que antes de poner las piedras hace falta un cuenco. Y que hay cuencos pequeños, donde por mucho que ordenes las piedras no caben todas, medianos y grandes, en los que cabe todo. También los hay con muchos colores y formas curiosas pero endebles, que se rompen pronto, y otros, quizás no tan vistosos pero resistentes, que aguantan todo muy bien.
Cada uno es libre de elegir el cuenco que prefiere, pero lo lógico es elegir el mejor posible. Y ese es Dios. No hay otro cuenco donde poner todas nuestras grandes piedras.
Aramis