Educar a sus hijos es lo más importante para los padres.
Y para educar, lo más importante es el amor.
Educar es amar.
Sin amor no se educa.
Se educa amando a los hijos, y enseñándoles a que amen al prójimo.
El amor al prójimo se muestra en la servicialidad.
Y en la sevicialidad está la felicidad.
Escribió Rabindranath Tagore:
“Dormía, y soñaba que la vida era alegría.
Me desperté, y vi que la vida era servicio.
Serví, y en el servicio encontré la alegría”.
Amar a lo hijos no es permitirles todo lo que ellos desean.
Esto les hace egoístas, y por lo tanto desgraciados.
Pero las prohibiciones y las correcciones deben hacerse con amor.
Que ellos vean que no se hacen por capricho, sino en bien de ellos.
Pero para que las correcciones sean aceptadas deben ir acompañadas del buen ejemplo.
Se educa más con lo que se hace que con lo que se dice.
Los hijos necesitan un modelo que imitar.
Ese modelo deben ser sus padres, y no un artista o un deportista.
Y una de las cosas que más necesitan los hijos es ver que sus padres se quieren.
Esto les hace más felices que todos los regalos que puedan recibir.
Por eso nunca deben presenciar desavenencias entre sus padres. No contradecirse ni menospreciarse. Y menos que un cónyuge hable mal del otro. O que uno permita lo que el otro prohíbe. O que uno diga: “Eso no se lo digas a papá (o a mamá).
Los padres deben apoyarse mutuamente, y valorar al otro delante de sus hijos.
Hay que fomentar todo lo que sea bueno para que los hijos valoren y amen a sus padres.