Normalmente cuando se celebra la fiesta de un santo la fecha corresponde al día de su muerte, o dicho de otro modo, su “dies natalis”, el día de su nacimiento para el cielo. Tiene todo su sentido. Porque es el día en que empieza la vida verdadera, como diría Santa Teresa de Jesús. En algunos casos, por cuestiones diversas, se toma otra fecha. Es lo que sucede con uno de los últimos carmelitas descalzos que han sido elevados a los altares: el Padre María Eugenio del Niño Jesús. Es beatificado el 19 de noviembre de 2016 y su familia, el Carmelo Descalzo y el Instituto secular Notre Dame de Vie, recuerda el 4 de febrero su ordenación sacerdotal. Este día tan especial para todo sacerdote, el momento en que uno recibe este sacramento que lo configura plenamente a Jesucristo sacerdote, es el escogido para recordar cada año al Beato María Eugenio del Niño Jesús.
Este destacado carmelita descalzo nace en 1894 en Francia. Siente la vocación sacerdotal y es ordenado sacerdote en 1922. Tras la lectura de la vida de San Juan de la Cruz, su vida cambia de tal modo que decide ingresar en el Carmelo Descalzo. A los diez años de recibir esa gracia tan impresionante, que es ser sacerdote, funda junto a María Pila el Instituto secular Notre Dame de Vie. Escribe varios libros; entre ellos no podemos dejar de leer su obra maestra: Quiero ver a Dios. Es un compendio lleno de vida, enjundioso de principio a fin y muy completo. En él presenta con singular maestría el fundamento de la espiritualidad carmelitana a partir de la vida y los escritos de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño Jesús. En su corazón resuena todo lo que ha leído y orado y lo pone por escrito de una manera realmente sorprendente. Mientras tanto asume diversos cargos de importancia dentro de la Orden. Llega a ser Vicario General, es decir, la mano derecha del P. General, que en aquel momento es el P. Silverio de Santa Teresa, nacido en Escóbados de Arriba, un pueblo escondido en el Norte de Burgos.
Su vida y sus escritos están guiados en todo momento por la luz del Espíritu Santo y el amor de la Virgen María. Todo lo pone ante la Madre según le inspira el Fuego divino. Basta leer su testamento espiritual escrito en 1965, dos años antes de su muerte: “Este es el testamento que os dejo: que el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, que podáis todos decir lo antes posible que el Espíritu Santo es vuestro amigo, que el Espíritu Santo es vuestra luz, que el Espíritu Santo es vuestro maestro. Esta es la gracia y el deseo que formulo para vosotros. Y sabedlo bien, es la oración que voy a continuar haciendo en la tierra mientras Dios me deje aquí, ¡y continuaré, sin duda, haciendo por vosotros en la eternidad!”.
Volvamos a su fiesta, a su recuerdo, a dar gracias por los 100 años de su ordenación sacerdotal. Hoy, 4 de febrero de 2022, se cumple el centenario de ese momento que le abre a una vida nueva: ¡ser sacerdote! Por ella da muchas gracias a Dios; se siente llamado cada día y así se mantiene firme y lo vive con intensidad hasta el fin de sus días: llevar almas a Dios. No es algo dicho de pasada, lo llega a poner por escrito en una carta a su hermana Berta: “Si supieras lo que Dios me recompensa ampliamente por todo, mostrándome simplemente la belleza de ciertas almas… ¿Sabes, mi querida Berta, que no hay nada más bello en el mundo que encontrar a Dios en un alma y acompañar en ella su acción?”.
¡Esto es ser sacerdote! No sólo celebrar los sacramentos y orar, sino también algo tan grande como es acompañar almas para que no se desvíen del camino que lleva al cielo. Cuando uno se sienta o pasea junto a un joven o adulto que abre su alma para que le ayudes a buscar el camino de la santidad y ser fiel a la voluntad de Dios, faltan palabras para expresar lo que se vive por dentro: Te das cuenta de lo desbordante que es el amor de Dios. Descubres la sed de Dios en las almas. Te alegras con ellas. Caminas a su lado. Levantas la mirada a Dios en su compañía. Ante sus angustias muestras el gozo de vivir en Dios. Pides ante el sagrario por todo lo que más les duele. Agradeces cada paso firme que dan en su vida de fe. Gozas al ver cómo se abren cada vez más. Dejas todo en manos de Dios. Haces ver que la providencia lleva nuestras vidas… Acompañas la acción de Dios en sus vidas.
Así me imagino al P. María Eugenio con cada persona que se acercaba a pedirle consejo o dirección espiritual. Doy muchas gracias a Dios por haberme puesto a este hermano de hábito en mi vida. Al poco de tomar la decisión de cambiar, al igual que él, el camino de la vocación de sacerdote diocesano por la de carmelita descalzo, empiezo a conocerlo de modo directo. Todo gracias a sus hijas, ya que en Burgos el Instituto Notre Dame de Vie tiene una casa donde acompaña a los que peregrinan a Santiago. Hablan de él con mucho cariño. Reparten el boletín y estampas para promover su beatificación. La amistad espiritual crece hasta tal punto que me encomiendo a él de modo singular. Han pasado unos quince años. Y no dejo de dar gracias por este cruce de caminos. Seguimos unidos y queriendo ver a Dios.
A lo largo de estos años de estrecha unión con el P. María Eugenio he conocido a unos cuantos jóvenes con inquietudes vocacionales. Los diálogos que mantenemos me recuerdan esos momentos de dudas trascendentales cumplidos ya los 20 años: “¿Qué quiere Dios de mí? ¿Por qué ahora que estoy centrado y feliz Dios me pide este cambio? ¿Tengo que ser sacerdote o carmelita descalzo? ¿Qué hago?”. Ante esta realidad lo mejor que podemos hacer es orar unidos para que el Beato María Eugenio se cruce en su camino para acompañarles. Con su ayuda es más fácil que descubran en él un modelo de sacerdote consagrado a Dios en el Carmelo Descalzo que confirme en ellos la llamada a vivir la vocación sacerdotal o religiosa. ¿Qué mejor manera de celebrar los 100 años de su ordenación sacerdotal? Oremos con fe y esperanza para que, llenos de amor, algún día lleguen a hacer suyas estas palabras del P. María Eugenio:
“¡Soy sacerdote, sacerdote para la eternidad!... Esta palabra me invade, me colma, y por hoy no quisiera escuchar nada más. ¡Soy sacerdote! Mi sueño anhelado se ha hecho realidad… Esta mañana el obispo me ha impuesto las manos… Mañana pronunciaré la fórmula sacramental y vendrás a mi voz, y te tendré en mis manos. Jesús, serás mío mañana y todos los días de mi vida”.
No es cualquier cosa… Es algo tan impresionante… Tan sublime… Va mucho más allá de lo que se puede expresar con palabras… ¡Ser sacerdote para la eternidad!