Cuando se desmoronan las palabras
debemos buscar al alma una nueva posada.
Cuando no importa el significado de lo que se habla
es que ya no sabemos la razón de nuestra vida.
Cuando las palabras no dicen la verdad de lo que miran
es que el hombre ha entrado en agonía.
Ya son muy pocas las palabras que dan la cara,
muy pocas las que se esfuerzan en una clara caligrafía.
Se extravían en extrañas circunstancias.
Las engañan y encizañan. Las usan como esclavas.
Y dejan de creer en si mismas:
evasivas e incrédulas, corsarias
de epitafios y consignas, de soflamas.
Adulan pero no dicen, entiniebladas.
Cuando se desmoronan las palabras
dejan un hueco y una medianía.
Y en el mundo un silencio lleno de fantasmas.
Las palabras se nos han hecho burguesas.
Viven acomodadas en la impunidad de la masa.
Las hay que hablan solas, ensimismadas en nada,
otras fingen tonta cultería, otras son zánganas
por naturaleza o conspiran contra la providencia.
Pero la mayoría calla
o se oculta entre el miedo o la ignorancia.
Como si el alma no fuera con ellas.
Como si la vida ya no existiera.
Mal asunto para la literatura.
Y un aciago porvenir para la ciudadanía.