Señor, yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho (Sal 13(12),6).
La misericordia de Dios, tantas veces dada a conocer a lo largo de la historia de Israel, alcanza su máxima manifestación en la Cruz. ¿Pero quién puede pensar que esa muerte sea un sacrificio redentor y no más bien simplemente otro hombre muerto de manera terrible? Y esa es la tierra sobre la que hacer pie al comenzar la celebración de la misa. Ni la confianza es un salto en el vacío ni el conocimiento del misterio divino es una conquista de nuestro entendimiento. Es Dios quien pone ante nuestro ojos ese suelo sobre el que hacer pie y el que nos da el verlo como tal y la capacidad para aceptarlo así y afirmarnos sobre lo que nos da firmeza.
Sobre ese firme en el que confiamos nuestro peso, posesión anticipada de la tierra de promisión celeste, la esperanza nos mueve a la oración. ¿Qué pedir al Resucitado en el memorial de su central misterio? Alegría para el corazón, la de Pascua, la que se nos regala domingo a domingo en la Eucaristía.
En la alegría, no solamente estamos gozosos, sino que también nos sentimos ligeros, briosos, prestos,... Y pedimos, con la alegría, la ligereza de llevar el yugo del Señor y su carga; el brío para correr con el corazón dilatado por el camino de la voluntad divina; la diligencia para dejarlo todo y seguirlo. Alegría que es dicha de bienaventuranza eterna vivida anticipadamente en esta tierra. Pedir de verdad alegría es pedir el pan vivo bajado del cielo.
Y el bien de ese gozo, inalcanzable por nuestras fuerzas, solamente disfrutable como don divino, que una vez más se nos ofrece en la celebración, nos abre al agradecimiento que se hace canto.
Sobre ese firme en el que confiamos nuestro peso, posesión anticipada de la tierra de promisión celeste, la esperanza nos mueve a la oración. ¿Qué pedir al Resucitado en el memorial de su central misterio? Alegría para el corazón, la de Pascua, la que se nos regala domingo a domingo en la Eucaristía.
En la alegría, no solamente estamos gozosos, sino que también nos sentimos ligeros, briosos, prestos,... Y pedimos, con la alegría, la ligereza de llevar el yugo del Señor y su carga; el brío para correr con el corazón dilatado por el camino de la voluntad divina; la diligencia para dejarlo todo y seguirlo. Alegría que es dicha de bienaventuranza eterna vivida anticipadamente en esta tierra. Pedir de verdad alegría es pedir el pan vivo bajado del cielo.
Y el bien de ese gozo, inalcanzable por nuestras fuerzas, solamente disfrutable como don divino, que una vez más se nos ofrece en la celebración, nos abre al agradecimiento que se hace canto.