Sí señores, como lo oyen. O como lo leen: el Gobierno chino ha prohibido al Dalai Lama reencarnarse sin su permiso. Me pregunto cómo van a hacer para impedirlo. Y no me extrañaría nada que, tan pronto como se entere el Sr. Rubalcaba, –ahora es improbable, se les está quemando el Faisán-, nos prohíba aquí ir al cielo sin el suyo. O mejor aún y más práctico: nos pone un impuesto a modo de peaje. Y una multa al que vaya al infierno. O al revés: la multa para el que vaya al cielo, y el peaje para el que vaya al infierno... Que más allá de la cuestión pecuniaria siempre importante, tampoco lo es menos la terminológica, y no siempre los buenos van a ser los mismos... Y eso, claro está, previo trámite del oportuno sistema de cuotas Pajín-Aído, faltaría más... En fin, ver para creer.
 
            Volviendo a China, la cuestión es la siguiente. Como se sabe, el Dalai Lama, (del mongol dalai=océano, y del tibetano lama=maestro, maestro del océano) líder espiritual, -y hasta antes de la Revolución China, algo más que espiritual-, de la budismo tibetano, también llamado lamaísmo, quien, por cierto, no es otra cosa que una emanación del Buda Avalokitesvara, se reencarna al morir en un niño que desde su nacimiento “da pistas” sobre su especial unción. El encargado de “reconocer” la persona sobre la que se produce la reencarnación –reconocimiento que se puede dilatar en hasta un par de años desde el fallecimiento del Dalai Lama- es el Panchen Lama, instituto creado por el quinto Dalai Lama y segunda autoridad de la comunidad tibetana, considerado, por su parte, emanación del Buda de la Luz Infinita, Amitabha, y cuya reencarnación es, a su vez, reconocida por el Dalai Lama.
 
            Se da la circunstancia de que el legítimo Panchen Lama, que hacía el número 10 y que había sido reconocido en 1989 por el Dalai Lama, desapareció en 1995 –el Gobierno chino declara haberlo ocultado bajo una falsa identidad para protegerlo- teniendo apenas cinco años de edad. El Gobierno chino por su parte, reconocía a un Panchen Lama diferente, el cual habría sido el elegido mediante el procedimiento de insaculación, escribiendo el nombre de cada uno de los dos candidatos –en este caso el del Lama luego desaparecido y un segundo bajo tutela del Gobierno chino- sobre un grano de cebada, introduciendo ambos granos en una urna de oro, y extrayendo uno de ellos con el nombre del elegido. Un elegido que, miren Vds. qué casualidad, resultó ser el que se hallaba bajo la tutela del Gobierno chino.
 
            Pues bien, de parecida manera a como en 1989 lo hizo con el Panchen Lama, ahora China quiere participar tanto en el reconocimiento del nuevo Dalai Lama, como en su educación. En tanto que el actual Dalai Lama, por su parte, lo que quiere es democratizar la elección (más bien deberíamos decir el “reconocimiento”, la “identificación”), algo para lo que podría incluso constituirse un órgano de electores al modo de los cónclaves papales, y que el reconocido se educara fuera de China, en un país democrático. Todo lo cual se complica con la existencia, dentro de la propia comunidad tibetana, de budas vivientes simpatizantes del régimen chino.
 
            Ahí donde lo ven, desde que en 1391 se instituyera la dignidad del Dalai Lama para la dirección de la comunidad budista del Tibet en la persona de Gedun Drupa –en realidad el título no se instituye hasta 1578, y lo hace el Gran Khan mongol Altan Khan en la persona de Sonam Gyatso, aunque se aplica retroactivamente a sus dos predecesores en la reencarnación, Gedun Drupa y Gedun Gyatso-, el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, hace sólo el número 14 de los emanados del Buda Avalokitesvara, alcanzando, pues, el reinado de cada Dalai Lama una media de más de cuarenta y cuatro años. Para que se hagan Vds. una idea, desde esa misma fecha se han sucedido en la historia de la Iglesia nada menos que sesenta y tres papas, a razón de cuatro papas y medio por cada dalai.
 
            Lo que, por otro, lado nada tiene de particular por lo que constituye la diferencia esencial entre un proceso de elección y el otro. Y así, mientras el Papa es elegido entre el “senado” de los dignatarios eclesiásticos -"senado" entendido en el más originario sentido de la palabra, de senior, veterano, anciano-, el Dalai Lama es elegido entre el “infantado”, un verdadero junior con toda una vida por delante. De hecho, el actual lo es desde 1935, hace, por lo tanto, más de setenta y cinco años ya.
 
 
 
 
 
De vida eterna y reencarnación en el cristianismo
De los signos del fin de los tiempos en el islam
Del impresentable proceder de ZP para con el Papa