Al hilo del análisis que sobre el celibato sacerdotal en el Antiguo Testamento realizábamos el pasado sábado 12, no está de más que recalemos en un interesante aspecto del sacerdocio judío, cual es el del linaje de quienes se dedicaban al más alto servicio del Templo. Y es que para formar parte de su cuerpo de sacerdotes, había una condición sin la cual no se podía acceder a tan alta magistratura: la de pertenecer a la familia de Aarón, el hermano de Moisés. Quiere ello decir que los sacerdotes del Templo eran todos ellos levitas, pues Moisés y Aarón eran de la tribu de Levi, si recuerdan Vds. aquélla que Dios se reservó para sí en pago de los primogénitos; pero, a sensu contrario, no todos los levitas eran sacerdotes, por no pertenecer todos a estirpe tan selecta como la de Aarón.
En el Nuevo Testamento, sólo a modo de ejemplo, pertenece al linaje de Aarón, Isabel, la prima de María (ver Lc. 1, 5). En el Corán, la que aparece como perteneciente a la estirpe de Aarón es la propia María, a la que se llama “hermana de Aarón” (ver C. 19, 28), algo en lo que cabe entrever un error del autor coránico, que habría confundido a las dos más célebres marías, la Miriam del Antiguo Testamento, hermana efectivamente de Moisés y de Aarón, y la Miriam del Nuevo, la madre de Jesús.
Que la condición de sacerdote queda reservada a Aarón y sus descendientes es algo en lo que el libro del Exodo se reitera en no pocas ocasiones. De entre las muchas, extraemos las siguientes, quizás las más claras:
“Ceñirás a Aarón y a sus hijos las fajas y les pondrás las mitras. A ellos les corresponderá el sacerdocio por decreto perpetuo. Así investirás a Aarón y a sus hijos” (Ex. 29, 9).
“Vestirás a Aarón con las vestiduras sagradas, lo ungirás, y lo consagrarás para que ejerza mi sacerdocio. Mandarás también que se acerquen sus hijos; los vestirás con túnicas, los ungirás, como ungiste a su padre, para que ejerzan mi sacerdocio. Así se hará para que su unción les confiera un sacerdocio sempiterno de generación en generación.» (Ex. 40, 1315).
La sanción para quien intente formar parte de tan selecto club sin tener derecho a ello no es banal. Y si no, juzguen Vds.:
“Éste será para vosotros el óleo de la unción sagrada de generación en generación. No debe derramarse sobre el cuerpo de ningún hombre; no haréis ningún otro de composición parecida a la suya. Santo es y lo tendréis por cosa sagrada. Cualquiera que prepare otro semejante, o derrame de él sobre un laico, será exterminado de su pueblo” (Ex. 30, 31-33).
El sacerdocio judío fue ejercido mientras existió el Templo. Una vez que éste fue destruido en el año 70, las diferentes órdenes sacerdotales hubieron de abandonar Jerusalén. Una lápida encontrada en Cesarea Marítima, a la que ya hemos tenido ocasión de referirnos alguna vez, deja constancia de los diversos lugares de Palestina en los que cada orden sacerdotal halló refugio. Y aunque perdieron la principal de sus funciones, siguieron manteniendo un status especial, expresado a través del apellido Cohen, que no significa otra cosa que "sacerdote", y sus numerosos derivados, entre los cuales, posiblemente, incluso el españolísimo apellido Cano.
La cuestión, llegados a este punto, es la siguiente: ¿se respetó efectivamente el linaje aarónico a la hora de ungir a los nuevos sacerdotes a lo largo de la vida del Templo? Pues bien, para que vean Vds. que la cuestión es menos baladí de lo que pueda parecer, hasta la moderna ciencia de la genética se ha interesado en ella. Y así, la prestigiosa revista Nature, en su número 385 de fecha 2 de enero de 1997, publicó un artículo titulado "Y cromosomes of Jewish priests" (“Cromosomas Y en los sacerdotes judíos”), firmado por Karl Skorecki y otros, en el que se demostraba la aparición en la cadena genética en muchos de los judíos apellidados Cohen, de una serie de coincidencias que apuntaban a un único ancestro. Un dato que, al coincidir con lo que señala la Biblia, la unicidad del ancestro común de todos los sacerdotes, estaría en situación de asegurar varias hipótesis: primera y principal, que ese ancestro no sea otro que Aarón, algo para lo que no se halla mayor inconveniente desde el punto y hora en el que la genética confirma lo que la Escritura ya “avisaba”. Segundo, el rigor religioso judío, trasladado en este caso a la exigencia y demostración de que todos y cada uno de los sacerdotes eran efectivamente del linaje aarónico. Y tercero, y no menos importante, la existencia de instrumentos celosamente guardados por los judíos, para conocer, demostrar y certificar sus orígenes, un instrumento que no sería otra cosa que un verdadero registro civil.
Pero esta fascinante cuestión, la tenencia y mantenimiento de un registro civil en toda regla en tiempos tan remotos como el año 1000 a.C., tres milenios antes, pues, de la aparición de los primeros registros civiles en el s. XIX, o de los primeros registros eclesiásticos ordenados por el Concilio de Trento, es harina de otro costal, a la que dedicaremos cualquier día de estos otro articulito.
Pero esta fascinante cuestión, la tenencia y mantenimiento de un registro civil en toda regla en tiempos tan remotos como el año 1000 a.C., tres milenios antes, pues, de la aparición de los primeros registros civiles en el s. XIX, o de los primeros registros eclesiásticos ordenados por el Concilio de Trento, es harina de otro costal, a la que dedicaremos cualquier día de estos otro articulito.
Impresionante, ¿no les parece?