Una monja es un bicho raro
Lo publicaba Ana Barrio en El Mundo el 02 de Febrero del 2011 a propósito de actividades que nos parecen chocante en la concepción clásica que tenemos de la vida en religión. En la Iglesia hay una rica variedad de formas de evangelización. Y siempre que entre dentro de lo razonable no debemos por qué descalificarlas. Pero dejemos opinar a la autora del artículo:
Se siente un bicho raro, una rara avis que nada a contracorriente, una evangelizadora que predica su fe en el desierto. En los tiempos de facebook, del consumismo compulsivo y del auge del laicismo, ella decidió meterse a monja. Pero Inma Eibe no abrazó la religión con el fin de llevar una vida contemplativa, sino para pasar a la acción: es enfermera, teóloga y también forma parte del grupo musical Ain Karem, que ya va por su quinto CD.
Esta religiosa sabe que no corren buenos tiempos para los religiosos y añora la época en la que ser sacerdote era una vocación que estaba bien valorada. «Ser creyente es extraño hoy en día. Es difícil encontrar gente que quiere vivir su dimensión de fe, que ha descubierto que Jesús es algo importante en sus vidas. Nosotras, como religiosas, tenemos las dificultades de cualquier creyente. Antes ser sacerdote y religioso estaba bien visto y eran admirados. Ahora somos esos bichos raros». Esta gaditana, de 37 años, se considera una mujer corriente y, con su discurso y la pasión que pone en él, intenta desmontar los tópicos que siempre han acompañado a las monjas: ni está aburrida ni se metió a religiosa de manera obligada ni su forma de vida es antinatural. «Soy una mujer normal que vivo mis votos porque es lo que me hace feliz. He tenido la experiencia de Dios, deseo que sea el centro de mi vida, el único. Y eso lo manifiesto en un trabajo al servicio de los más necesitados», relata con convicción esta carmelita.
Pero, ¿a qué se dedica una religiosa en esta época de crisis económica? Inma compagina su trabajo como enfermera en un centro de día con sus labores en el equipo de gestión del Colegio Mayor Vedruna en la Universidad Complutense. Amarrada a su guitarra, la música ha sido su trampolín para aproximarse a Dios y acercar su palabra a los fieles. Empezó como un hobby con la recopilación de cantos religiosos. Tímidamente, los componentes del grupo comenzaron a componer sus propias canciones y dieron el salto a grabar su primer CD.
Sin duda, es una mujer de su tiempo y, por este motivo, considera que la Iglesia tiene que evolucionar: «Hay cosas que me gustaría que cambiaran dentro de la Iglesia. Percibimos que algunas celebraciones son aburridas y que en ellas no hay diálogo. Pero nosotras intentamos que los jóvenes tengan la experiencia de una comunidad más participativa, que acoge a todos».
Cuando se le pregunta si la Iglesia tiene comportamientos machistas, no duda ni un segundo la respuesta: Sí. «Me gustaría que el liderazgo de la mujer en la Iglesia evolucionara y que el varón y la mujer tuviesen un papel más igualitario», argumenta. Por eso, desde su labor diaria, intenta luchar poco a poco por defender los derechos de la mujer. Primero, con formación, «ya que antes los teólogos eran sólo hombres». Segundo, procurando que las ceremonias religiosas sean más cercanas. Y, tercero, fomentando un cambio en el discurso de los católicos: «Cuando se utiliza un lenguaje exclusivamente masculino se nos invisibiliza. A mí me ha pasado de ir a una celebración donde sólo había 20 señoras y el sacerdote dijo: ‘Queridos hermanos’. Entonces, piensas: ‘¡Eh, que todas somos mujeres: queridas hermanas!’. Para nosotras es fundamental decir nuestra palabra y decirla como mujeres». (Ana Barrio).
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Comprendemos que ser monja, para algunos que no entienden la fe como entrega a Dios, puede ser un bicho raro, como también lo sería el cura, y el, o la, que vive un celibato apostólico. Solo se comprende esta “locura” viendo las cosas desde más arriba, desde la fe. Y desde la luz de Dios se puede comprender que casi doscientas jóvenes hayan entregado su vida a Dios, con inmensa alegría, en unos conventos de Burgos. Dios tiene esos caprichos.
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Juan García Inza