Me gustaría estar en Barcelona, durante la nevada del día de Navidad de 1962. Y aquí estoy pisando la nieve blanca y pura. Todavía blanca y pura porque no la han pisado los hombres ni los coches, esos monstruos metálicos que vienen del infierno. Para Unamuno, la nieve es símbolo de la fe -eso dicen los entendidos-. Para mí es el símbolo de la misericordia de Dios: cubre todo lo feo y oscuro y borde y lo transforma en algo bello, pacífico, amable, hogareño, cálido y sensible como una madre. Oh, sí, la nieve es cálida y es tan tierna y maternal como la misericordia del buen Dios.
-Piensa usted poéticamente. Eso me gusta. La poesía es una de las poquísimas formas eficaces, diáfanas, científicas, de entender y comprehender la realidad -apostilla el monje.
-Me alegro mucho. ¿No estaba usted en el monasterio?
-Estoy en el monasterio. La calle es un claustro, o eso dijo un aragonés a quien Dios hizo santo precisamente por ser aragonés: tozudo como un borrico.
-Sí, un baturro es un castellano cabreado. Esas estepas de San Caprasio te secan y te retuercen el colmillo.
-Le voy a contar lo de la hoguera, joven. Me lo explicó un monje de Belchite, carlistón y antipático, pero muy sincero, y que en Gloria está. Un día de nieve, como hoy, me agarra del brazo y suelta: "Tengo todos los pecados que se pueden tener y más. ¡Qué desespero! Eso me decía de zagal, de mozo, que la conciencia siempre la tuve estrecha y dura. Ahora ya no; me ha costao sesenta años, maño, pero ahora he subido a la hoguera, he echao en ella todos esos pecados míos y he dicho al Señor Dios que la prenda con un rayo o como crea menester, que pa eso es Dios, Él, no yo. Se lo he repetido mucho, con lágrimas y gritos y juramentos, y al final me ha escuchao y la ha encendido. ¿Y qué ha pasao, mañico? Pues que la hoguera ha empezao a dar calorcico, y se han acercau paisanos y paisanas y se han calentao, porque mira que sopla el Moncayo, ¿eh? Y bien calenticos y en paz, han echado también sus pecados a la hoguera, troncos y ramas secas o podridas, feas como un satán, y han ardido ahí calentando a otros, y así ha seguido la fiesta". Oye, pero te habrás quemado, le digo; y me dice: "Pues claro, maño, he ardido como una tea y me he convertido en humo, ¿sabes? Me he convertido en incienso agradable a Dios, nuestro Señor y Rey. A Él le gustaba más el perfume de los troncos secos y podridos de los paisanos y paisanas, quienes han quedao blancos como la nieve. Y a mí, va y me dice que pase, que pase y disfrute de la fiesta, que soy un animal, cabezón y más terco que una mula. Bueno, pero tu naciste, le digo yo al Señor, junto a una mula, un buey y mucha porquería. Se ha sonreído y dice: Anda, pasa de una vez, maño, pasa de una vez y disfruta. Y oye, todo de categoría, mañico, y todos muy mudaus y solemnes como los que pasean por Zárágózá, ya sabes".
-La hoguera...
-Sí, maño, la hoguera ahí sigue pero se va apagando. Una que subió bien jovencica fue Teresita. Pero no hay muchos como ella. ¡Pobre Señor Dios!
-Pobre.
-Sí.
El monje se ha ido. Veo sus pisadas en la nieve. Más allá caerá y desaparecerá. Y yo me quedaré con la idea de la hoguera de la Misericordia y me apenaré por tantos millones que no echan en ella sus pecados y suben a la pira. No hace falta más. Dios no quiere nuestras obras, nos quiere a nosotros, pobres, vanidosos, sucios, mentirosos, alegres, temblando de miedo y ardiendo en Su Amor.
Amén.