Thérèse (1986) de Alain Cavalier fue reconocida como una gran obra en Cannes y figura en la lista del Vaticano como una de las mejores peliculas religiosas de la historia. ¿Sólo de entre las religiosas? Ahora, un cuarto de siglo después, la recuperamos en España. Desafortunadamente, cuando pude ir a verla, solamente una sala la proyectaba y no en versión original. No obstante fue un auténtico deleite de silencio, quietud y luz.
 
Es una película bella, sencillamente hermosa. Centenares de planos de composición profundamente gestada se suceden unos a otros sin dejar espacio a los movimientos de cámara. La abundancia de tomas frontales da una fuerza y significatividad a la perfil final, de derecha a izquierda el sentido de la mirada, que sobra toda explicación. Fondos monócromos sin solución de continuidad con el suelo, de inconfundible sabor velazqueño (cf. el cuadro Pablo de Valladolid), aunque acaso, por ser el director francés, le llegue la influencia a través de Manet. Banda sonora poblada únicamente por la voz humana y el ruido de las cosas. Texturas de sonidos y objetos. Silencio de un mobiliario reducido al mínimo imprescindible. Los cuadros vivos, en la sobriedad del escenario y puesta en escena, nunca se convierten en obra teatral. Es cine, sólo buen cine. Es difícil decir tanto con tan pocos elementos.
 
El director, no creyente al menos en aquel momento, se sitúa respetuosamente a distancia. El título es sólo el nombre de pila; la opción que hace por los movimientos de cámara trata de ahogar cualquier atisbo de subjetividad. Los planos frontales y los encuadres subrayan lahorizontalidad. Un par de superpicados al comienzo y al final enmarcan la historia en una sutil inclusión. Al final, un juicio explícito, una voz en off señala que su Historia de un alma fue publicada con éxito y que fue canonizada por la Iglesia. Para el cineasta, para el no creyente, es un enigma, una pregunta, un reto.
 
Y esa tensión finamente está; tanto para el espectador ateo como para el religioso, ahí esta la cuestión, ahí la atracción de un profundo drama humano en suave belleza. Los noventa minutos de película transcurren como un sosegado paseo sobre el fino filo de una navaja. A un lado la burla, la cínica ironía; al otro, la ñoñería beata. No busque el espectador una biografía literalista, de servidumbre a la letra que mata. La verdad más profunda difícilmente puede quedar reflejada en la reconstrucción de lo que una cámara o micrófono podrían grabar. Lección imprescindible para poder leer dignamente la Biblia.
 
Sí, la vida de santidad es dramática y la de Sta. Teresita también. No tragedia griega, sino pugna nocturna en el torrente Yaboq. Y, en la lucha de Teresa, está el combate del verdadero discípulo, de la Iglesia, con pequeñeces burguesas, con los subjetivismos jansenista y modernista, con losvoluntarismos de toda especie y los edulcoramientos color pastel de espiritualoides devocionalismos. Toda esta bisutería muere en Teresita, su fracaso es su victoria y así, gracias a las negruras del silencio divino en la fe, puede dar aire al crucificado hasta la última frontera de la misión.
 
Qué hermosas sobre el suelo sus desnudas alpargatas vacías.