Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte donde me salve, Tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame (Sal 31(30),3s).
Las cosas están ahí. Con ellas podemos hacer otras muchas, las manejamos, les damos una determinada finalidad, incorporándolas en nuestra vida; en el último sentido que le demos a ésta, las nombramos. Pero el hacerlas útiles, enseres, al darles un sentido, un nombre, tiene unos límites. Puedo hacer de una roca mi refugio, sin que ella se resista, siempre y cuando tenga la configuración y el tamaño adecuado, es decir, condiciones para ser lo que uno quiera.
 
Con Dios no ocurre así. Más que nada puede ser nuestro refugio, pero no basta con que lo queramos, no puede ser manipulado como una piedra. Sólo nos cabe pedir que lo sea y aceptar que lo sea como Él haya querido ser baluarte donde salvarnos. Dios es la la posibilidad de todas nuestras posibilidades, pero no podemos imprimirle forma como a cualquier material.
 
En esta humildad conviene comenzar la Eucaristía. Aconteciendo los sacramentos ex opereoperato, sin embargo, no son mecánica que podamos manipular; la gracia no esmanufacturable, menos la presencia eucarística.
 
Dios es roca, refugio y baluarte, para los que con humildad y menesterosidad a Él se acercan; quien se deja guiar y conducir, intra-atraer, hacia Él por Él es quien encuentra cobijo en la hendidura de la roca. Y, en la Eucaristía, se nos da como Él quiere ser nuestro alcázar; nuestra defensa es la debilidad de la Cruz. Y, desde el hueco rocoso abierto por la lanza, no la espalda de Dios al pasar vemos, sino, en fe, el rostro de su Ungido y el latir, ahí reposados, de su corazón escuchamos.

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