Porque quiero a mi mujer cada día más, y le soy fiel, y somos uno. Porque tengo tres hijos maravillosos que no me dejan vivir, pero que son mi vida. Porque procuro sonreír a pesar de mi creciente cansancio. Porque creo en Dios y soy cristiano y rezo todos los días. Porque me importan un carajo el qué dirán y las habladurías. Porque me gusta el cine de José Luis Garci. Porque la mentira me repele en toda la extensión de su extravío. Porque cada vez tengo más y mejores amigos, que me quieren por lo que soy y no por lo que tengo. Porque el dinero me importa lo imprescindible. Porque escribo lo que pienso, pero pensando lo que escribo. Porque he dejado de ver la televisión, cansado de dilapidar mi tiempo. Porque escribo en Catholic.net y en Religionenlibertad.com. y colaboro con Isabel Álvarez en su informativo de María+Visión.
Porque considero que el dolor y el sacrificio son la simiente de toda verdadera alegría. Porque mi conciencia no está a la venta. Porque sé que la poesía de Miguel d’Ors está muy por encima de las páginas del diario El País, y del segundo canal, y demás estúpidas vanidades. Porque soy radicalmente optimista. Porque creo en la vida, pero de verdad. Porque proclamo que la pena de muerte que es el aborto -como la incipiente eutanasia- es el más grande holocausto que asola a la humanidad. Porque por condenar los crímenes de Fidel Castro me llamaron en público fascista. Porque no recibo ninguna subvención pública. Porque la madre de Jesús de Nazaret es mi Madre.
Porque cuando contemplo la belleza de un atardecer se me ensancha el alma. Porque después de escribir todas estas verdades como puños, confieso estar todavía más enamorado de mi mujer que antes. Porque aprendo mucho de los niños, doctores en sencillez y cariño. Porque los poetas apadrinan mi existencia y me ayudan a resucitar cada mañana un poco. Porque lo imposible se hace realidad si abro los ojos. Porque me arrodillo todas las noches. Porque no sé vivir sin libros. Porque me gusta escuchar la voz de María Vallejo-Nágera o de Isabel Guerra. Porque creo en la dimensión eterna de todo lo que hago y digo. Porque lloro con frecuencia. Porque no me dejo llevar por las apariencias. Porque no me avergüenzo de ser español. Porque mis maestros me enseñaron que nada hay más ridículo que la soberbia. Porque estudio teología contemplando las hojas en su caída. Porque nada me es indiferente. Porque acabo de encontrar en mi agenda un papel de mi hija donde me escribe lo siguiente: “Papá te quiero un montón. Cada vez que leas esto te recordaré y hará que te sientas mejor. Sobre todo léelo en caso de apuro”.
Sí, soy progresista. Porque me han enseñado a querer y a amar a Dios, que es el combustible de todo verdadero progreso. Es decir, de mi felicidad.