¿Si nos ponemos en actitud de escucha, quizá nos indique el Señor algunos aspectos de nuestra vida que pueden ser la causa de todos estos fallos; y no sólo de la vida de los sacerdotes sino también del pueblo.
Se me vienen a la cabeza tres puntos que creo fundamentales.
1 La relación entre Oración y Actividad
Los grandes santos han sido siempre grandes orantes. Pensemos por ejemplo en la Bta. Teresa de Calcuta. No creo que nosotros podamos compararnos con ella en cuanto a actividad. Sin embargo hacía al menos dos horas de oración diariamente.
Pensemos en Santa Teresa del Niño Jesús: Patrona de las misiones, una monja que muere a los 24 años y que nunca salió del convento, dedicada a la oración.
¿Nos damos cuenta o no, de que la vida que estamos llevando tiene un déficit de oración? Quienes nos movemos mucho, ¿no tenemos el peligro de que nuestras actividades no estén respaldadas y fundamentadas en la oración? Y si no los están ¿no estaríamos trabajando mal? Dejemos trabajar al Señor y no queramos ser protagonistas. Por mucho que hagamos, recordemos siempre aquello del Evangelio: "De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer. »" (Lc. 17, 10). ¿Lo decimos de verdad y con el corazón? Porque es que lo somos si el Señor no está con nosotros.
2 Estilo de vida que estamos llevando
¿Cuáles son los criterios que tenemos al actuar en nuestra vida y en nuestro apostolado? ¿Qué buscamos? ¿Por qué trabajamos? ¿Hacemos las cosas que debemos hacer y como las debemos hacer? En otras palabras, ¿las hacemos con responsabilidad, sabiendo que es el Señor quien las hace a través de nosotros? Porque de lo contrario seríamos como el pincel que se enorgullece de la obra preciosa que el artista va realizando usándolo.
Concretamente, la vida que llevamos los sacerdotes ¿se parece más a la de los sacerdotes santos o a la que llevan los mediocres? Ojo, que no estoy atacando a los sacerdotes ni a los consagrados. Son lo mejor que tenemos en nuestra Iglesia. Las preguntas van dirigidas a que nos planteemos si nos estamos esforzando para ser cada día imágenes más perfectas del Buen Pastor, porque podemos y debemos serlo.
También es cierto que si los sacerdotes y consagrados fuésemos como debemos ser, también serían mejores los seglares. El Señor tiene una gran confianza en nosotros cuando ha depositado en nuestras manos la gracia que nos mereció en la cruz.
3 Castidad a todos los niveles
No hace falta ser muy avispados para ser conscientes de que la castidad está por los suelos en nuestros días. Ya desde muy jóvenes parece que no puedan ser enamorados sin relaciones sexuales. La infidelidad matrimonial es muy frecuente. Aumenta la homosexualidad. La masturbación está a la orden del día.
Estando estos vicios tan generalizados, ¿no es lógico que alguno de los seminaristas y novicios no llegue a ser tan casto como exige la consagración al Señor?
Si no tienen solucionado el problema de la castidad, ¿no es lógico también que no deben pedir ser admitidos al sacramento del orden, y que los responsables de su admisión no los admitan si les consta ese dato? ¿No es lógico que si inician el ejercicio de su sacerdocio con esa lacra de la impureza, la sigan llevando a cuestas después de la consagración definitiva? ¿No es cierto que después les va a ser más difícil superar esa situación y están abocados a seguir viviendo en pecado? Y si no lo superan radicalmente ¿no es lógico también que en un momento determinado, salga a la luz pública y que se dé un escándalo que puede ser muy sonado en la Iglesia y en la sociedad?
Y sigo preguntando ¿No estaremos entrando en un círculo vicioso en que, porque los sacerdotes no somos santos, no ayudemos a que el pueblo se santifique y que al no santificarse, no influyan positivamente en la vida de los sacerdotes?
Gracias a Dios son muy pocos los casos de desvíos de nuestros sacerdotes y consagrados. Lo que pasa es que cualquier escándalo que dan y que puedan dar, se comenta por todas partes; si se comentasen todos los casos de infidelidades matrimoniales y de pecados sexuales, ¿no podríamos decir aquello que dijo San Juan, pero aplicándolo a las cosas que hizo el Señor que “Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran" (Jn. 21, 25).
Sabiendo que todos somos pecadores y que la oración todo lo puede, pidamos al Señor que dé a los sacerdotes y consagrados abundancia de gracias, para que en medio de este mundo sean fieles al ministerio recibido.
José Gea