La siguiente anécdota es muy conocida pero me servirá para expresarles mi sentir.

Estaba Alec Guinness en Francia rodando una de las historias de El Padre Brown, el simpático sacerdote investigador creado por Chesterton, en la cual él era el intérprete. Un día, al finalizar el trabajo, decidió volver caminando a su residencia, sin quitarse la sotana que vestía. Y he aquí que por el camino se le acercó un niño de unos siete u ocho años que le tomó de la mano apretándola con fuerza, y se puso a hablar sin parar. El niño parecía que fuera con su padre, saltando y brincando confiado. Él no se atrevió a hablarle ya que al no saber francés pensó que lo asustaría. Llegado un punto del camino, el niño se despidió y desapareció, pues había llegado a su casa.

Guinness continuó caminando, reflexionando acerca de que una Iglesia que es capaz de inspirar una confianza tal en un niño, haciendo que sus curas, aunque fueran desconocidos, sean abordables, no podía ser tan intrigante y tenebrosa como le habían contado. Alec Guinnes se convirtió años después al catolicismo, y al poco lo hizo su mujer.

Todo esto viene a cuento de que son una lástima las corrientes que abogan por quitarse la sotana para “estar más cercar del pueblo”. Puede que esto funcione en algún caso pero en el mío desde luego no. Y creo que en el niño de la anécdota tampoco lo hubiera hecho.

Cuando veo un sacerdote vestido con sotana o de clergyman, inmediatamente pienso en alguien que está ahí para, por así decirlo, conectarme con Dios; veo a una persona que ha renunciado a todo para dedicarse a acercarme a Él, trasmitirme a Él, y trasladarme Su bendición. Y también, en ese momento, pienso que si esa persona está dedicando su vida a esto, ¿cómo no voy yo a esforzarme en la mía? Y todo esto lo pienso nada más ver esa prenda tan sencilla y tan distintiva como es la sotana. Pero si, por el contrario, se viste como uno cualquiera…


Así que gracias a todos los sacerdotes que visten con sotana (o de clergyman); se lo agradezco de corazón.

Aramis