Es una de entre las anécdotas que cuenta, cierto que con más gracia, Zavala en su encantador libro “Padre Pío”, haciendo hincapié en que el tal milagro no sólo devolvió habla y oído al hijo, sino que arrancó del ateismo a un padre terco pero amante de los suyos.
Lo decía el capuchino. “No se va en carroza al Paraíso. Las almas no se compran con dinero; al Reino de los Cielos se sube a través del sendero de la oración y del sufrimiento.” Bien que sabía lo que decía, pues ese era el precio que pagaba por las almas. “El Señor, en efecto, me presenta muchas veces a personas que yo no he visto jamás ni tampoco he oído hablar con el único fin de que rece por ellas, y no se da el caso de que Él no escuche mis suplicas”. Y se ve también que pagaba el precio por ellas sin necesidad de regateo. Cuánto pedía le era concedido.
Cuando esos 144 teólogos alemanes han elevado su carta “crítica” con el sacerdocio tradicional, no piden algo baladí, quieren evitar santos. Esto quieren: el sacerdote casado, el sacerdote mujer, el sacerdote a la carta de una sociedad incapaz del heroísmo. Pero justo por esa incapacidad del heroísmo es más necesario el santo, porque deberá cargar él con los heroísmos que los demás no cargamos. El santo evita el castigo de Dios, lo detiene, porque lo sufre en sí mismo. Y sufriéndolo en su carne, en su espíritu, alcanza la Misericordia de Dios para los hombres.
Da la impresión de que los pasos dados por tantos críticos con la Iglesia (de dentro y de fuera) pretenden establecer “la institucionalización del bienestar de vida” en la Iglesia, la formalización de lo “posible”, no de lo mejor. Es un paso sencillo que logra evitar el encaminamiento del santo. Pero, sin un santo que soporte sobre sí los pecados del mundo, ¿quién detendrá los frutos de nuestros actos?, ¿quién asumirá sobre sí el mal debido dando una nueva oportunidad al culpable?
Esa carta de los tales 144 teólogos trata de minar, positivamente, la última fortaleza de la Iglesia: la santidad. Por ello no entiendo el argumentario “pragmático” en defensa del celibato sacerdotal que se está escuchando últimamente. No hay razones prácticas para su mantenimiento. Dicen que con familia perderían su “disponibilidad” por las necesidades familiares. Pero con familia bien que podría haber más candidatos dispuestos al sacerdocio para cubrir esas “necesidades”. No, la razón es más poderosa: el celibato ha hecho un gran bien al mundo porque ha sido camino de santidad. Y en la santidad, el hombre se ha visto libre de males porque otro, el santo, los cargaba sobre sí, y abría el cauce de la admirable misericordia de lo Alto.
“Haré más ruido muerto que vivo”, decía el padre Pío. También lo decía santa Teresita. Es un consuelo. Aunque las estructuras del mundo traten de evitar la vía rápida por la que vuela el santo, tenemos intercesores poderosos en el Cielo, que rompen esas cadenas del infierno, del sufrimiento, del mal en una palabra, aún actualmente.
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