Es natural que ante los escándalos de algunos sacerdotes, de los que nos hemos enterado por los medios de comunicación, y de los que puedan suceder, nos sintamos con pena al ver que unos hermanos consagrados hayan dado estos pasos graves y escandalosos. Aunque es posible que nos enteremos de otros, incluso más graves.
Algunos pueden decir esa frase que oímos o decimos ante pecados duros y fuertes que se cometen en la Iglesia: “el demonio anda suelto”. Y puede que sea así, pero lo cierto es que tanto si está suelto como si no, nada puede hacer sin la permisión de Dios, ni puede nada contra el Señor ni contra los suyos.
Tenemos además la confianza en la promesa del Señor cuando le dice a Pedro: "Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18). Pase lo que pase y hagamos lo que hagamos creemos que nadie, ni el demonio van a poder con la Iglesia. Tampoco nosotros con nuestras infidelidades y con nuestros pecados, sean quienes sean los que los cometan, desde el Papa hasta el último cristiano.
Entonces, ¿por qué pasan estas cosas? ¿Por qué lo permite Dios? Cuando nos hacemos estas preguntas, ya estamos entrando en el misterio de Dios; porque al pensar con nuestras categorías humanas, lógicamente, lo haríamos de otra manera. Nos sucede como a los siervos cuando ven que hay cizaña junto con el trigo: Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla? Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero" (Mt. 13, 28-30).
Hemos de ser muy conscientes de que Dios actúa siempre por nuestro bien. Hemos de confiar siempre en el Señor. Nuestras reacciones se parecen mucho a la de los apóstoles cuando en medio de la tempestad, Jesús dormía tranquilamente en popa: “Le despiertan y le dicen: « Maestro, ¿no te importa que perezcamos? » El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: « ¡Calla, enmudece! » El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza Y les dijo: « ¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? »" (Mc. 4, 38-40).
Es posible que tengamos la impresión de que la Iglesia se está hundiendo, que estemos preocupados por lo que puede pasar, preocupados por lo que puede decir la gente que no mira con simpatía a la Iglesia y nos preguntamos en nuestra oración: ¿por qué, Señor, por qué? Y podemos preguntarle como los apóstoles: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?
Sabemos además, por experiencia histórica y por fe, que todo contribuye al bien, por duro que nos parezca lo que pueda estar sucediendo.
Y, desde luego, sabemos también que Dios nos habla a través de todos los acontecimientos. Ante estas realidades de tantos escándalos, ¿qué nos puede estar diciendo? No soy quién para interpretar lo que nos dice, pero, desde luego, nos está hablando. Creo que debemos escucharle en serio y hacer lo que nos dice.
Para saberlo, escuchémosle con seriedad y con el corazón abierto, y dispuestos para obedecerle.
Les invito a escucharle, queridos lectores. En el próximo artículo les voy a indicar lo que creo que me dice tanto a mí como también a su Iglesia. A ver si coincidimos en nuestras apreciaciones. Lo cual no quiere decir que estemos en el buen camino. Hay mucha más gente en la Iglesia, pero si vamos coincidiendo en nuestras apreciaciones, lo mismo clérigos que laicos, consagrados o no, podría ser señal de que estamos escuchando al Espíritu que está hablando a su Iglesia. Pensemos, meditemos y oremos.
José Gea