Celebramos hoy la que comúnmente se conoce como fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria, fiesta patronal en Palencia, en isla de Tenerife, y en tantos otros lugares de la geografía patria y también americana, y en la que, como es sabido, se produce la bendición de las velas que se van a usar en las iglesias, o en las casas los que así lo desean, durante el año.
A la fiesta de la Candelaria se le llama también la Presentación en el Templo o la Purificación de María, denominación ésta última que, desde el punto de vista “técnico”, sea quizás la más correcta. Y es que lo que tal día como hoy, 2 de febrero, celebra la Iglesia no es otra cosa que el episodio narrado en el Evangelio de Lucas que alguien tituló “Presentación de Jesús en el Templo”, referido, en realidad, a dos preceptos judíos entremezclados. El primero es la consagración a Dios de todo primogénito, -y Jesús lo era- ora de los animales, ora de los hombres. Ocurre que en pago de haber sacado a los judíos de Egipto, Yahveh reclama la consagración a él de todos los primogénitos hebreos, si bien reemplaza luego esa consagración por la de la tribu de Leví, uno de los hijos de Jacob, los llamados levitas, cosa que hace no de cualquier manera, sino de una muy precisa:
“El total de levitas alistados, de los que registró Moisés por clanes, siguiendo la orden de Yahvé, de todos los varones de un mes para arriba: 22.000.
Dijo Yahvé a Moisés: «Registra a todos los primogénitos varones de los israelitas, de un mes para arriba, y anota sus nombres. Luego, tomarás para mí, Yahvé, a los levitas, en lugar de todos los primogénitos de los israelitas; y el ganado de los levitas en lugar de todos los primogénitos del ganado de los israelitas.»
Moisés registró, según le había ordenado Yahvé, a todos los primogénitos de los israelitas. Y resultó ser el total de los primogénitos varones, contándolos desde la edad de un mes para arriba, según el censo, 22.273.
Dijo entonces Yahvé a Moisés: «Toma a los levitas en lugar de todos los primogénitos de los israelitas y el ganado de los levitas en lugar de su ganado; los levitas serán míos; yo Yahvé. Por el rescate de los 273 primogénitos de los israelitas que exceden del número de los levitas, tomarás cinco siclos por cabeza, siclos del santuario, a razón de veinte óbolos por siclo. La plata se la entregarás a Aarón y a sus hijos, por el rescate de los que sobrepasan el número.»” (Lv. 3, 39-48)
Esto dicho, se comprende que más bien que la consagración de Jesús, -que desde que Dios reemplazara la consagración de los primogénitos por la de los levitas no era preceptiva-, José, al acercarse al Templo, lo que estaría haciendo es otra cosa. Y así es, porque con lo que realmente cumplía el esposo de María, era con el precepto de la purificación de la parturienta, según se establece también en el Levítico:
“Al cumplirse los días de su purificación [la de la parturienta], sea por niño sea por niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Ésta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña.
«Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.»” (Lv. 12, 6-8).
Tanto así que Lucas señala como José, efectivamente, ofreció “en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones” (Lc. 2, 24).
Esta purificación de María se produjo exactamente cuarenta días después del nacimiento de Jesús, que son los que se cumplen hoy 2 de febrero respecto del 25 de diciembre, algo en lo que José actuó, una vez más, de acuerdo con lo ordenado en el Levítico:
“Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas. El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose de su sangre” (Lv. 12, 2-4).
Pero si en vez de un niño, lo alumbrado por María hubiera sido una niña, entonces los plazos habrían sido otros diferentes:
“Si da a luz una niña, será impura durante dos semanas, como en el tiempo de sus reglas, y se quedará en casa sesenta y seis días más purificándose de su sangre” (Lv. 12, 5).
Ochenta días pues, el doble que el caso de los niños.