Mi hija pequeña tiene siete años, sólo uno más que Silvia. La miro, y veo en ella ese pequeño mundo de fantasía, de inocencia y felicidad que le otorga el saberse querida y arropada, amparada y protegida por su entorno familiar, cálido y cariñoso. Es feliz. Su mirada se abre al mundo, pregunta, siente curiosidad.
Entro en el salón que parece vacío. Pero enseguida descubro un montón de cojines bajo los que parece moverse algo. Me acerco en silencio y oigo los cuchicheos de mi princesa que se ha refugiado con su muñeca en su escondite secreto. Está en su pequeño mundo, es inocente y es feliz. Y me transmite una enorme cantidad de vida. Por un instante, deseo que el tiempo se pare y se detenga en ese momento, y permanecer ahí siempre, mientras su mirada sonriente me devuelve ese gusto por la vida que a veces parece debilitarse en mí.
Y entonces viene hacia mí el horror. Ahora mi princesa bajará a la calle a jugar, y cuando vaya trotando por la acera haciendo bailar graciosamente su coleta, con sus ojazos negros mirando en busca de nuevas maravillas que descubrir, justo en ese momento, un coche a su lado estallará haciéndola pedazos.
Y mientras la abrazo cada vez con más fuerza, siento que en mi garganta algo aprieta hasta no dejarme respirar. Y descubro dos lágrimas corriendo por mi mejilla. Ahora mi hija pequeña se llama Silvia, y ahora yo también soy una víctima del terrorismo.
¿QUIÉN PODRÁ MOSTRARME ALGUNA RAZÓN VÁLIDA PARA NO ESTAR AL LADO DE LAS VÍCTIMAS EL PRÓXIMO SÁBADO, 5 DE FEBRERO, A LAS 5 EN LA PLAZA DE COLÓN DE MADRID?
(*)Silvia Martínez fue asesinada por la banda terrorista ETA a los seis años de edad el 4 de agosto de 2002 mediante un coche bomba que explotó en las cercanías del cuartel de la Guardia Civil de Santa Pola, Alicante.