Ayer fue un domingo de lo más completo en el que pude asistir a la misa para niños que se dice en la madrileña parroquia de Santa Ángela de la Cruz todas las semanas.
De todas las misas de niños esta es la única que conozco en la que disfrutan igual niños que mayores, pues el sacerdote que la dice tiene el buen tino de predicar homilías repletas de historietas que son el deleite de todos.
Por supuesto esta misa es mucho más que una homilía bien dicha, ya que todos los catequistas que están ahí, al pie del cañón, animando todo, consiguen que sea una celebración en la que todos los niños se sienten partícipes y que refleja lo que viven en catequesis.
Ayer tocaban las bienaventuranzas, y la homilía versó sobre una carrera de trenes de vapor que pugnaban por conseguir un premio: un motor diesel.
Resultó que al final los últimos fueron los primeros, y el tren que iba más lento por ir más cargado pues paraba en todos sitios a recoger más y más gente, fue el que cruzó la meta adelantando a los otros, gracias al empujón de la carga que llevaba.
Cuando el sacerdote habló de cómo ese tren iba cargado con las bienaventuranzas en forma de cartel, y sobre cómo sólo dejando a todo el mundo entrar sin billete -a los que sufren, a los perseguidos, a los que lloran- consiguió llenarse del peso necesario para recorrer la cuesta abajo que llevaba a la meta, a más de uno nos dieron ganas de echar una lagrimilla.
A todo esto los niños encantados, cautivados por la historia que acababan de escucha, igualito que los adultos, y todos salimos con el mensaje del Evangelio más claro que si nos hubieran dado cien clases de Teología.
Alguien dijo que sabe de un tema quien puede explicarlo con absoluta sencillez a quienes no lo conocen. Eso es lo que hacía Jesús con sus parábolas, haciéndonos visualizar el misterio de Dios en su persona, en sus gestos y en sus palabras.
En el fondo es sencillo…pero es tremendamente difícil a la vez, quizás la cosa más ardua que uno se pueda imaginar, al menos a juzgar por lo aburridas que resultan muchas veces las homilías de niños y de adultos.
Eso es lo que tiene el cristianismo, que se ha revelado a los pequeños y sirve para confundir a sabios y a ricos. Por eso a ratos, cuando nos hacemos como niños, lo entendemos, pero cuando vamos de inteligentes por la vida, paradójicamente, se nos hace del todo ininteligible.
Y lo que es peor, se hace incomprensible para los demás, aquellos que nos ven desde fuera de la Iglesia, pues nuestro testimonio es un batiburrillo de verdad mezclado con incoherencias, con adherencias, durezas y rutinas que cualquiera se pone a desenmarañar.
¡Qué difícil es ser como niños!...pero al menos, ¡qué bueno que aún haya lugares y parroquias donde disfrutar de la Eucaristía junto a ellos!
De todas las misas de niños esta es la única que conozco en la que disfrutan igual niños que mayores, pues el sacerdote que la dice tiene el buen tino de predicar homilías repletas de historietas que son el deleite de todos.
Por supuesto esta misa es mucho más que una homilía bien dicha, ya que todos los catequistas que están ahí, al pie del cañón, animando todo, consiguen que sea una celebración en la que todos los niños se sienten partícipes y que refleja lo que viven en catequesis.
Ayer tocaban las bienaventuranzas, y la homilía versó sobre una carrera de trenes de vapor que pugnaban por conseguir un premio: un motor diesel.
Resultó que al final los últimos fueron los primeros, y el tren que iba más lento por ir más cargado pues paraba en todos sitios a recoger más y más gente, fue el que cruzó la meta adelantando a los otros, gracias al empujón de la carga que llevaba.
Cuando el sacerdote habló de cómo ese tren iba cargado con las bienaventuranzas en forma de cartel, y sobre cómo sólo dejando a todo el mundo entrar sin billete -a los que sufren, a los perseguidos, a los que lloran- consiguió llenarse del peso necesario para recorrer la cuesta abajo que llevaba a la meta, a más de uno nos dieron ganas de echar una lagrimilla.
A todo esto los niños encantados, cautivados por la historia que acababan de escucha, igualito que los adultos, y todos salimos con el mensaje del Evangelio más claro que si nos hubieran dado cien clases de Teología.
Alguien dijo que sabe de un tema quien puede explicarlo con absoluta sencillez a quienes no lo conocen. Eso es lo que hacía Jesús con sus parábolas, haciéndonos visualizar el misterio de Dios en su persona, en sus gestos y en sus palabras.
En el fondo es sencillo…pero es tremendamente difícil a la vez, quizás la cosa más ardua que uno se pueda imaginar, al menos a juzgar por lo aburridas que resultan muchas veces las homilías de niños y de adultos.
Eso es lo que tiene el cristianismo, que se ha revelado a los pequeños y sirve para confundir a sabios y a ricos. Por eso a ratos, cuando nos hacemos como niños, lo entendemos, pero cuando vamos de inteligentes por la vida, paradójicamente, se nos hace del todo ininteligible.
Y lo que es peor, se hace incomprensible para los demás, aquellos que nos ven desde fuera de la Iglesia, pues nuestro testimonio es un batiburrillo de verdad mezclado con incoherencias, con adherencias, durezas y rutinas que cualquiera se pone a desenmarañar.
¡Qué difícil es ser como niños!...pero al menos, ¡qué bueno que aún haya lugares y parroquias donde disfrutar de la Eucaristía junto a ellos!