Mira, lo primero que has de hacer es rechazar la idea de un Dios dándonos, como a los niños, unos caramelitos cuando nos portamos bien y, algún coscorrón cuando nos portamos mal. Si miras así la vida, te desconciertas porque ves que no son los más traviesos los que más coscorrones se llevan. Claro, no lo entiendes.
Dios no nos da una enfermedad porque hayamos sido malos y nos la quita si somos buenos; no hace que demos un resbalón y que nos rompamos la crisma; no hace que nos .estafen y que nos quedemos en la ruina... y cosas por el estilo. Dios no nos maneja como si fuésemos marionetas. Nos ha hecho libres, no máquinas, y respeta nuestra libertad.
Nosotros quisiéramos a veces un Dios metido directamente en nuestros asuntos premiando con bienes de este mundo el bien que hiciésemos y castigando, también en este mundo, el mal que los demás nos hiciesen. Ésta era la mentalidad del Antiguo Testamento.
De verdad que, por mucho que reflexionemos sobre la realidad del mal, siempre quedaremos en las sombras del misterio. Porque, además, no sólo existe el mal que vemos; hay muchísimo más.
Yo te distinguiría dos clases de males, el físico y el moral. Y, como punto culminante de ambos, la muerte.
Con respecto al mal físico, hemos de tener en cuenta que hay leyes naturales; y así, si uno se cae del tejado, se rompe cualquier hueso o se mata. Dios no nos hace este mal ni tampoco nos manda angelitos para que nos vayan cuidando. Son las leyes que Dios ha puesto en la naturaleza las que van actuando.
Sin embargo, no es este mal físico el que más duele. El mal físico deja de ser mal cuando se le encuentra sentido, cuando se le puede encauzar hacia un bien superior. Yo me he encontrado con personas que estaban sufriendo y les he tenido una santa envidia. Me han dado grandes lecciones.
Aparte del mal físico está el mal moral; es la injusticia, la marginación, la soledad, la desesperación. En la causa de estos males entra en juego el hombre; es el mal que nos hacemos unos a otros con nuestra manera egoísta de vivir, con nuestras ambiciones y con nuestra falta de solidaridad, con nuestros egoísmos, con nuestras avaricias. Tampoco es un mal que nos hace Dios. Es el que nos hacemos unos a otros usando indebidamente nuestra libertad. En este sentido, el mal es fruto del pecado que encadena al hombre por dentro y por fuera.
A veces nos preguntamos por qué Dios nos hace pasar malos ratos si tanto nos quiere. Pero los malos ratos nos los hacemos pasar nosotros con nuestros egoísmos y con nuestras faltas de amor. Dios no nos va repartiendo cruces a unos y a otros; las cruces nos las vamos repartiendo nosotros.
Tú piensa si también estás haciendo pasar malos ratos a los demás o, si por el contrario, te estás esforzando y sacrificando para que lo pasen bien.
Dios nos ayuda a vencer y superar el mal. Y nos ayuda con el ejemplo y la fuerza de Jesús, tanto el mal que hay en nosotros como el que hay en los demás. Dios quiere desterrar el mal y nos invita a participar en esa obra que ya inició Jesús.
Jesús vence el mal en la cruz, es decir, dando su vida contra la usurpación de vida en que consiste el pecado, siendo luz ante las tinieblas que también son el pecado.
En Jesús es donde tenemos los cristianos la respuesta al problema del mal. Él ha vencido, da esperanza, da paz, crea justicia, la justicia del amor. Él da sentido a nuestra vida para que comprendamos el bien y para que desterremos con el sacrificio de nuestra vida y a imitación de Jesús, cualquier tipo de mal, para que todos los hombres tengan el gozo de sentirse tratados y queridos como hermanos.
Por último, Él ha vencido también el supremo mal que es la muerte, con su resurrección. Él nos ha prometido que, si creemos en Él, también nosotros resucitaremos. Cristo es nuestra esperanza en la lucha contra el mal. No quitando el mal sino superándolo. Éste es el ideal cristiano. Hay que afrontarlo como es; y esta lucha, llamémosla vida cristiana, no es para blandengues sino para hombres y mujeres de una pieza.
José Gea