Vaya por delante que vengo de ambientes muy carismáticos, y esta reflexión pretende introducir algo de la teología y práctica que se vive en el mundo de la Renovación y aledaños, pues creo que da una perspectiva de lo más interesante.
Tradicionalmente cualquier persona de la Iglesia acepta sin problemas que las personas muy santas “hagan” milagros, pero lo normal es encontrar incredulidad y resistencia a la idea de que Dios pueda también valerse de gente más normalita para hacerlos.
Resulta de lo más curioso que lo sobrenatural y extraordinario sea un lugar común cuando hablamos de las vidas de los santos, y en cambio resulte preterido y arrinconado cuando hablamos de la acción ordinaria de la Iglesia a través de los bautizados.
En el fondo todo esto es fruto de una mentalidad cartesiana y racionalista, propia de una cosmovisión como la occidental, en la que la técnica y el empirismo lo dominan todo.
Si bien es cierto que no todo el mundo en la Iglesia padece esta manera de ver las cosas, y que numéricamente la Iglesia es más fuerte en lugares donde se acepta más fácilmente que en Europa la acción sobrenatural de Dios, el hecho es que el católico medio no suele creer que Dios pueda hacer gran cosa a través de él.
Un breve repaso por los Evangelios y los Hechos de los apóstoles nos descubre cómo el cristianismo de los inicios estaba plagado de ejemplos de intervenciones extraordinarias de Dios a través de personas concretas.
Los apóstoles hicieron milagros en nombre de Jesús cuando fueron enviados de dos en dos y el mismo San Pablo que incluso resucitó un muerto nos describe en la carta de los Corintios el don de sanar y el de hacer milagros como parte de los carismas que se viven en las comunidades cristianas (1 Cor 12,611)
La cosa no queda ahí; San Agustín de Hipona en “La Ciudad de Dios” hace un recuento de los milagros que ha visto en su comunidad cristiana, no sólo los “suyos”.
Podríamos seguir enumerando autores, pero está claro que en la Iglesia poco a poco se fue perdiendo la noción de la acción de Dios comunitaria y se fue reservando lo sobrenatural para las vidas de los santos, de quienes se esperaba todo tipo de manifestaciones sobrenaturales.
Así llegamos a la Iglesia actual donde parece como si lo de hacer milagros fuera sólo cosa de unos pocos perfectos, con la excepción de lugares como la Renovación Carismática donde se habla abiertamente de los dones y carismas del Espíritu Santo y se espera que Dios los reparta a cada uno en función del bien de la comunidad. (1 Cor 12,7)
En mi experiencia de carismático, si se puede ser tal cosa, lo que he constatado es que Dios actúa cuando quiere y a través de quien quiere, pues cuando quiere derramar una gracia lo hace a través de la comunidad.
Por supuesto utiliza individuos concretos y hay gente que tiene ciertos dones que otros no tienen, pero lo maravilloso es contemplar esa “democratización de la gracia” que pone el centro de atención en Jesucristo y no en las habilidades taumatúrgicas del santo de turno.
Nuestro Señor Jesucristo lo dijo muy clarito:
“Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud.” (Mc 16,1718)
¿Se han fijado en que dice que las señales acompañarán a los que crean y no sólo a los apóstoles? Eso es lo que esperamos de los santos, pero ¿por qué no lo esperamos de los que no son/somos tan santos?
Son las señales las que siguen a los cristianos, y no los cristianos los que deben seguir a las señales buscando taumaturgos, santones y hechos extraordinarios para reforzar su vida cristiana todo el día.
Quizás por eso dice aquello de “si tuvierais fe como un grano de mostaza diríais a esta montaña muévete y se movería” (Mt 17,20)
¿Se mueve la montaña por la fe de quien la ordena moverse o por su santidad personal? ; ¿hacen los santos milagros o simplemente se los piden a Dios?; ¿se puede pedir a Dios un milagro sin ser el más santo de la clase?
Creo que la Iglesia, en su sabia pedagogía nos propone a los santos como modelo a seguir, que nos demuestran lo que puede hacer Dios en un alma cuando se deja llevar por El.
Pero una cosa es el modelo que se nos propone y otra el “destrozo” del mismo que muchas veces hace el hagiógrafo de turno pintándolo entre querubines y sobrevalorando cosas tan ordinarias como el que Dios se manifieste a través de un cristiano.
En el fondo hay toda una cosmovisión detrás que no cree que Dios pueda actuar más que si se le merece, como si hacer milagros se pareciera a echar monedas en una maquinita que te devuelve el producto deseado una vez que has pagado por él.
¿Se puede hacer milagros sin ser santo?
En un sentido no, pues para hacer algo en nombre de Dios hay que ser cristiano, bautizado, redimido y usado por el Espíritu Santo- y ojo, el que hace el milagro es Dios, el santo es sólo el que se lo pide.
Pero en otro sentido, yo he visto que sí, que Dios es más misericordioso que nosotros perfectos, y que no le duelen prendas en manifestarse a través de una Iglesia santa y pecadora a la vez, a quien ha prometido la asistencia del Espíritu Santo.
El problema es que no tenemos fe, ni la cosmovisión adecuada, y al final nos creemos que los milagros son sólo para los santos de los libros y las hornacinas, olvidándonos de que Dios se manifiesta donde dos o más están reunidos en su nombre.