Estaba hace unos días dando un retiro a los sacerdotes y en algunos comentarios que íbamos haciendo sobre los temas, surgió aquello de que los sacerdotes deberían implicarse en la solución de los problemas de injusticia que hay en la sociedad.
Y surgió el comentario sobre la problemática laboral y social que hay planteada en muchas partes, por no decir en todas. Las opiniones de unos y otros se dividían en dos líneas: podríamos decir para entendernos, la progresista y la conservadora. Unos opinaban que el sacerdote debe implicarse a fondo, pero participando directamente en la solución de los problemas económico-sociales; otros, decían que lo propio del sacerdote era formar y animar a los seglares para que se implicasen política y socialmente, pero que debían mantenerse en su propia misión sacerdotal. Parece que hubo buena sintonía y buen clima de fraternidad aunque con opiniones distintas.
Por la noche, preparando las meditaciones del día siguiente, se me ocurrió un ejemplo que pongo a continuación, y que lo expuse antes de la primera meditación.
Les dije así: “Esta noche he tenido un sueño. Mejor, les dije que había pensado que tuve un sueño: Se me apareció un ángel y me dijo: te queda ya muy poca vida. Dios me ha enviado para que te dijese que sólo te quedaba una hora de vida y que habías de elegir entre dos posibilidades:
A unas dos cuadras había un moribundo. Era un hombre que había cometido muchos pecados: abusaba de los trabajadores, era un mujeriego, drogadicto, falso; no iba a misa por nada del mundo, había participado en asesinatos… en fin, una verdadera calamidad de hombre. Estaba a punto de morir e, inesperadamente, pidió un sacerdote para confesarse.
Había también otro caso: Se estaba llegando a un acuerdo en cuanto a solucionar el gran problema económico que había en esa región porque los administradores de las minas sólo se preocupaban de las ganancias y nada hacían por el bien común de los habitantes de la zona. Ambas partes me conocían, me apreciaban y estaban dispuestos a firmar el acuerdo si a mí me parecía bien.
Respondí al ángel que podía hacer ambas cosas, pero me dijo que sólo había tiempo para una; que escogiese, pero que si no lo hacía rápido, a lo mejor ni siquiera tendría tiempo para una.
Le dije que me sobraba tiempo. ¿Uds. qué hubiesen escogido? Yo, la primera, sin dudarlo un momento.
Y es que para mí, sacerdote del Señor, salvar un alma es lo más importante que puedo hacer en el mundo; mucho más importante que solucionar cualquier problemática social o económica o sanitaria que pueda haber en cualquier comarca, en todo el Perú o en todo el mundo. Para mí el sacerdote ha de ser una presencia viva en el mundo de Jesús; y Jesús vino para salvar a todos y a cada uno; vino a perdonar los pecados, y el perdón a cualquier pecador es algo que sólo el sacerdote puede hacer; y a esta misión debemos dedicarnos en exclusiva.
Algunos sacerdotes se podrán dedicar a otras actividades sociopolíticas o sindicales, pero hay algo específico del sacerdote que sólo él puede hacer, y es lo que debe primar en su vida, la administración de los sacramentos. También puede, y debe, preparar seglares y animarles para las tareas específicas del seglar que no son las del sacerdote. Hacia ahí creo que deberíamos apuntar.
El Código de Derecho Canónico señala a los párrocos una serie de actividades propiamente pastorales; quien las quiera cumplir debidamente, ya tiene tarea por delante. El canon 528 recomienda que:
- Anuncien la palabra de Dios en su integridad;
- cuiden la homilía y la formación catequética;
- Fomenten las iniciativas en las que se promueva el espíritu evangélico;
- procuren la formación católica de los niños y jóvenes;
- se esfuercen para que el mensaje evangélico llegue a quienes han dejado de practicar o no profesan la verdadera fe;
- cuiden la celebración de los sacramentos de la eucaristía y penitencia;
- cuiden la liturgia.
Aparte de toda esta atención a la evangelización y a la vida sacramental, insiste el Código en el canon siguiente, 529, en el más perfecto cumplimiento de la función pastoral. Y así apunta a que deben:
- conocer a los fieles;
- visitar las familias;
- participar en sus preocupaciones y en su dolor por el fallecimiento de seres queridos;
- corregirles;
- visitar a los enfermos, especialmente a los moribundos;
- dedicarse especialmente a los pobres, a los afligidos, a los emigrantes;
- atender a los esposos y padres para que se fomente la vida cristiana en el seno de las familias;
- promover la colaboración y la comunión eclesial en comunión con el obispo y con el presbiterio diocesano.
¿No les parece que, siendo éstas tareas limpiamente sacerdotales, ya tienen bastante quehacer para tener que meterse en acciones propias de los seglares?
Repito el título de este artículo como respuesta a la pregunta del ángel: ¿Qué hubiesen escogido Uds.? Yo, la primera, sin dudarlo un momento.
Apunto otra cuestión: Hay quienes piden una cierta democracia en la Iglesia y cambios en la manera de elegir a los párrocos; que no los nombre el obispo sino que los elijan los mismos feligreses. Los elegirían mejor y con mejores resultados. Como me queda poco espacio, en el próximo artículo trataré de ello.
José Gea