«Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.»
Queridos hermanos
Estamos domingo XIV del Tiempo Ordinario. La Palabra que nos ofrece la Iglesia es extraordinaria en estos momentos en donde es necesario vivir y ser feliz de la Palabra de Dios y de los sacramentos. Dice el profeta Zacarías: “Llega el rey, alégrate”. ¿Cómo viene este Rey, para Israel para ti y para mí? “Mira tú Rey viene victorioso, pero viene modesto, humilde, cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”, es decir, viene en la humildad. Esto es lo que nos ofrece hoy la Iglesia, nos ofrece destruir nuestro yo soberbio: “destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros y dictará la paz a las naciones”. Hoy no hay paz porque hay soberbia. Hermanos ¿cómo se puede ser feliz? Pidiendo al Señor el don de la humildad, siempre que nos reconozcamos pobres. Por eso respondemos con el Salmo 144: “Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey”. Volvamos nuestro rostro hacia el Señor, convirtámonos.
Fíjate la Palabra que nos ofrece hoy San Pablo, dice: “vosotros no estáis sujetos a la carne sino al espíritu, al espíritu de Dios que habita en vosotros”, es decir, nosotros dependemos del espíritu de Dios porque el que no tiene el espíritu de Cristo, no es de Cristo, no le pertenece, seamos obispos, sacerdotes, religiosos, si no tenemos el espíritu de Jesús, no somos cristianos. ¿Cuál es el Espíritu de Jesús? La humildad, el dejarse cargar con el pecado del otro. Hermanos, demos muerte al espíritu de la carne, como dice el Evangelio, Dios te está hoy tener el espíritu de Cristo, que es la humildad.
Por eso el Evangelio que es de San Mateo, hace una bendición, una “Brajá”, como dicen los hebreos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios, a los entendidos y se la has revelado a la gente sencilla”. Está destruyendo la soberbia, la riqueza interior que nos lleva a murmurar de Dios. “Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí los que estáis cansados, agobiados y yo os aliviaré”. Vivimos en una sociedad estresada, cargada, y pensamos que en las vacaciones vamos a descansar y no es así, porque tenemos un yo interno que nos acusa, que nos pide, que nos exige, que es un faraón dentro de nosotros. Por eso el Señor nos dice: “Cargad con mi yugo y aprender de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso dentro de vosotros”. El yugo del Señor es llevadero, su carga es ligera ¿cuál es el yugo de Jesús? Ir a la cruz con humildad. También el Señor nos propone esto, hermanos, vete a la cruz, carga tu cruz con humildad y entrarás en el descanso. El reposo no está en ver el mar, subir a la montaña, viajar, sino que está en aceptar la cruz de cada día. Por eso hermanos, que el Señor te conceda aceptar este yugo con humildad,
La bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao