Hasta hace unos diez años la fascinación acrítica por los portátiles o las tabletas en la escuela y en el ocio infanto-juvenil era una norma. Hoy continúa, pero se abren grietas. Se creía que todo lo digital se convertía en el mejor aprendizaje y el ocio más creativo sin necesidad de ninguna demostración.
Un poco de historia
En aquellos años tuvo lugar un verdadero diktat pedagógico –entendido este término como un mandato indiscutible y casi autoritario- que suponía que darle un dispositivo digital a cada estudiante, a cada hijo, era una solución indiscutible. Esta era la política educativa del 1:1 (en inglés one-to-one): cada estudiante con un ordenador. Como señalaba El Confidencial en 2013: “En España, se llamó Escuela 2.0 al proyecto estrella de Zapatero y su ministro Gabilondo que pretendía importar al país el modelo 1:1 (un ordenador, un niño)”. Pero el asunto del 1:1 no ha cuajado. Un síntoma.
Y en los hogares –siguiendo el modelo de la escuela- los padres se creyeron también que podían conciliar el ocio con el aprendizaje regalando móviles y tabletas a sus hijos desde muy pequeños. El e-learning en casa. En pocas palabras, estas eran las nuevas ventanas para conocer el mundo que se impusieron en Occidente sin oposición.
Las Big Tech (los cinco grandes: Apple, Amazon, Microsoft, Google y Facebook -Meta-) entraron en la escuela y en el hogar para abrir una nueva línea de negocio muy lucrativa con un beneplácito unánime. Se decía que la televisión no facilitaba el aprendizaje y sí la pasividad: sin embargo, con tabletas y móviles llegaba la interactividad que mezclaba juego y saber a partes iguales. Y las escuelas quedaron obnubiladas ante unos brillantes dispositivos que abrían infinitas posibilidades de gamificación y, por ende, motivación. Lo digital por definición era lo nuevo, avanzado y en definitiva fascinante como señala el filósofo Jorge Freire: “Tenemos una relación con la tecnología de nuevo rico” […]. “Hay una fascinación infantil por ella, y creemos que todo lo nuevo es bueno solo por serlo”. Y eso era suficiente. Además, los poderes públicos, la administración escolar, los ministerios de educación apoyaban estas tesis sin discusión. Y llegaron las inversiones millonarias y, por supuesto, sus intermediarios.
En la red está todo el saber
El libro parecía un asunto del pasado. Algunas escuelas entusiastas quemaron los libros. Las bibliotecas quedaron arrumbadas o se llenaron de ordenadores. La digitalización de la escuela parecía indiscutible. La innovación tecnológica era definitiva y, a la vez, se decía y algunos dicen, condición de posibilidad de cualquier progreso en la escuela. Y también en el hogar: los hijos jugaban y aprenderían ante las pantallas.
Los alumnos -en las máximas constructivistas- aprenderían por su propia cuenta. Las nuevas pedagogías habían encontrado la piedra filosofal: lo digital lo transformaba todo, cualquier actividad, en auto-aprendizaje. Se decía, y se dice, con cierta satisfacción: “Las pantallas han llegado a la escuela para quedarse y son el futuro”. ¿Y las libretas, los lápices, los libros, la lectura atenta? ¿Y la voz del maestro? Estas actividades de la escuela cabal de siempre comenzaron a decrecer.
Digitalizar no es tan sencillo
Sin embargo, el asunto era más complejo de lo que parecía. Ya desde el primer momento esta digitalización masiva contó con sus críticos.
La pedagoga Catherine L’Ecuyer, ya en 2015, de un modo premonitorio, apuntaba en una dirección contraria: “La sustitución del libro por las tabletas es un error del que nos arrepentiremos” (ABC). Estas ideas estaban presentes en sus best-sellers de no-ficción: Educar en el asombro (2012), y Educar en la realidad (2015).
Han ido pasando los años y la realidad empieza a abrir vías de agua en el idealismo voluntarista de lo digital que además partía de unos estudios poco científicos e interesados. La investigación en pedagogía, en metodologías escolares, en didáctica no han podido demostrar los rendimientos académicos de la digitalización en las aulas ni en ningún meta-análisis riguroso, en ninguna revisión de la literatura, sobre el tema. Quizá sí servían para asuntos menores como proponer y corregir exámenes de respuesta objetiva (a,b,c). No para exámenes que exigen pensar y redactar.
La investigación no refrenda el entusiasmo digital
La investigación ha ido poco a poco confirmando las posibles trabas para el aprendizaje que comportaba una digitalización masiva de las aulas. Una digitalización que sí es verdad que gestiona y hace avanzar el mundo en otros planos -la industria, los servicios, la logística, la medicina, la astrofísica, y muchos más- pero carente de pruebas científicas sobre sus beneficios en la educación primaria y secundaria.
Foto: Pexels / Pixabay.
Progresivamente, lo que eran inicialmente hipótesis muy acertadas sobre las limitaciones de lo digital se han ido convirtiendo en un considerable cuerpo de evidencias procedentes de la pediatría, la psicología, las neurociencias y la pedagogía basada en las evidencias.
Además el consumo excesivo de pantallas, videojuegos y redes sociales ya está demostrando que hacen mella en la salud de niños y adolescentes. Y de las relaciones familiares en su conjunto. Se gana en conexión digital y se pierde en vínculo familiar y social. Y lo que es negativo en el plano del ocio infantil y adolescente también perjudica en el plano del aprendizaje de los más jóvenes. Progresivamente se ha ido constatando que los dispositivos digitales en el aula dificultan la atención. El alumno se evade detrás de la pantalla.
Gracias los estudios basados en la sobrecarga cognitiva, la tan celebrada multitarea solo se traduce en un conocimiento limitado, superficial y lleno de distracciones frente al clásico trabajo secuencial. La lectura es una de las áreas más dañadas en la escuela. La lectura y la escritura descienden en su calidad en los centros educativos a tenor de una infinidad de consideraciones que los propios maestros observan presentes en el día a día. Decae el gusto por la lectura y crece la incapacidad de tomar un libro impreso para entenderlo o disfrutarlo. O simplemente entender los textos que debían ser objeto de estudio o la dificultad en discernir los mismos enunciados de los problemas en matemáticas o química.
Se inicia el cambio
Hoy las circunstancias parecen estar cambiando y en 2023 la investigación y, consecuentemente, la bibliografía sobre este punto crece y es muy clara: la fascinación inicial por la digitalización de las aulas no está tan justificada. Desde el mundo de la salud pediátrica y del aprendizaje real de los niños y adolescentes los datos no corroboran las esperanzas puestas en la digitalización de las aulas. Son dos temas claros: pediátricamente las pantallas aíslan y dañan la salud con el incremento de la ansiedad y la depresión, también en temas relacionados con el sueño o temas concernientes al sexo. Estos temas ganan mucha evidencia en numerosos estudios sobre los perjuicios que las redes sociales omnipresentes ejercen en la vida de la infancia y la adolescencia. Un ejemplo es el trabajo de Jean Twenge, profesora de psicología de la Universidad Estatal de San Diego. En estas edades, la activación del sistema de la anticipación del placer que genera la dopamina, da lugar a conductas adictivas: es así. Consecuentemente las pantallas no contribuyen plenamente al aprendizaje, son distractivas y torpedean la atención en el aula, en el estudio y la lectura. Y por supuesto en la vida.
Dos estudios que analizan los límites de lo digital en la educación
Nosotros nos vamos a ceñir, en este breve artículo, a dos asuntos más arriba mencionados: los perjuicios que las redes sociales ejercen en la infancia y en la adolescencia y el menoscabo que lo digital ha ejercido en la calidad de la lectura escolar. Nos acercamos a dos investigaciones europeas.
Citemos, consecuentemente, un primer estudio sobre los perjuicios que el uso excesivo de las tabletas, y sobre todo del smartphone, ejercen en la salud de niños y adolescentes: The Use of Social Media in Children and Adolescents: Scoping Review on the Potential Risks (2022). Estamos ante una revisión de la literatura. Un repaso de numerosos trabajos donde se han estudiado estos temas en los últimos años internacionalmente y que son analizados desde el mundo de la pediatría italiana. Elena Bozzola, Giulia Spina y Rino Agostiniani entre otros constatan como la ansiedad, la depresión (y los problemas de sueño, la adicción, problemas relacionados con el sexo, problemas de conducta, la imagen corporal, la actividad física, los problemas con la vista) pueden afectar a menores que hacen un uso excesivo de las pantallas. Entonces, ¿las escuelas deben dar carta de ciudadanía al mundo digital y a veces a los móviles? Los móviles están prohibidos en la escuela en Francia. No se trata de prohibir lo digital en la escuela. Se trata de racionalizarlo con cierta radicalidad.
Citaremos un segundo estudio de 2021 que además es también un análisis de análisis de lo investigado en un campo muy concreto y a la vez muy significativo: el conflicto entre la lectura en libro impreso frente a la lectura en formato digital: A Comparison of Children’s Reading on Paper Versus Screen: A Meta-Analysis. En este trabajo, May Irene Furenes, Natalia Kucirkova y Adriana G. Bus (desde universidades de Noruega y Gran Bretaña) repasan numerosas investigaciones donde se pone científicamente en evidencia la superioridad cognitiva de la lectura en libros, o textos impresos, sobre la lectura en textos digitales.
Una pregunta importante: ¿libro impreso o libro digital?
Estamos ante una pregunta central que deben hacerse hoy todas las escuelas: desde dónde se lee con más provecho: ¿desde un libro impreso o desde una tableta (o el ordenador, el móvil, o quizá el e-book)? La ciencia más arriba consignada, insistimos europea, cada vez está más de acuerdo. Se lee más profundamente desde un libro impreso, se saca más partido del libro impreso. O si se quiere, de un pliego de hojas salidas de la impresora del ordenador. Los profesores lo saben desde hace mucho tiempo: cuando llega un examen casi nadie recurre a las pantallas. Se planta sobre el escritorio (o mesa de estudio) el libro, la libreta y los papeles y se toma un lápiz, quizá más de uno, y se pone uno a trabajar. Todo está allí, nada baila, no hay llamadas ni notificaciones que interrumpan el lento proceso de la lectura lineal, secuencial. El silencio es total, solo predomina el texto y la atención concentrada en un papel estable sin links ni titubeos.
En el mundo profesional no hay que rechazar la lectura digital para casos exigentes, en donde la respuesta es portable y la urgencia es considerable. Se puede trabajar en un portátil cuando viajamos para producir o resolver unos documentos que no admiten demora. Sin embargo, y sobre todo en el mundo escolar, si tenemos la oportunidad, ese mismo trabajo proporciona mejores resultados si se puede realizar en papel tanto en casa como en el despacho bajo menos presión. Tanto entre los profesionales como entre los estudiantes adolescentes o jóvenes.
Dos noticias para reflexionar desde Suecia y Seattle (Estados Unidos)
El primer aviso significativo ha sido el paso dado en Suecia por la ministra de educación Lotta Edholm. Quizá algunos empiezan a despertar del sueño digital pues las reformas escandinavas siempre son vistas con mucho respeto en todo el mundo. La ministra calificó el uso de la tecnología digital en las escuelas suecas como “experimentación” y se mostró molesta por “la actitud acrítica que casualmente vio la digitalización como buena, sea cual sea su contenido”. Todos estos excesos, señala Edholm, conducen al arrinconamiento del libro de texto escolar, del libro en general. Y su ministerio se propone aumentar la presencia de libros en las escuelas suecas. Un libro que la ministra calificó como aquel invento del siglo XV que cuenta con unos “beneficios que ninguna tableta puede reemplazar”.
Foto: Andre / Pixabay.
Vayamos de Suecia a Seattle (Estados Unidos). El consorcio de las escuelas públicas de Seattle (114 centros) se ha querellado contra las Grandes tecnológicas (las Big Tech) por los daños infligidos a sus alumnos en forma de adicción, ansiedad, depresión, etc: se quejan de la tiranía de los algoritmos; de la tiranía de las recompensas; de la tiranía del flujo de notificaciones que enganchan. Los directores de este consorcio de escuelas consideran que estos temas de salud interfieren en el rendimiento escolar de sus estudiantes. Sus palabras han sido las siguientes: “Esta crisis de salud mental ha impactado en la tarea educativa al absorber los recursos de nuestras escuelas”.
Un problema fundamental, entre otros, es la caída de la atención escolar implícita en la economía de la atención que subyace en los avances digitales de las últimas décadas. Esta economía es la lucha sin cuartel por captar la atención -un valioso y limitado recurso- desde cualquier plataforma digital (en aras a la publicidad, la recopilación de datos privados, entre otras posibles formas de monetización) que obliga a no apartar los ojos de la pantalla. En estos planos la escuela ha de ser un mundo artificial que no puede imitar la calle sino proponer ámbitos de aprendizaje real, de cultura, de sabiduría y de prudencia.