Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante, dice el Señor (Jn 10,10).
La Eucaristía no es para la presencia, la presencia lo es para el memorial del Sacrificio, que es culto al Padre y salvación para los hombres. La presencia eucarística tiene un valor infinito, de ahí que sea objeto de adoración, pero no es el fin último de la celebración.
El momento de la comunión acentúa uno de los aspectos del Sacrificio, el ser para la salvación de los hombres. Y de él se participa de una forma concreta. Había sacrificios de comunión en elAT, en los que parte de la víctima se ofrecía a Dios y otra parte era para un banquete sacrificialen el que participaban los oferentes. En el holocausto, esto no era posible, pues toda la víctima era para Dios.
En la Eucaristía, toda la Víctima se ofrece al Padre y se da también totalmente en alimento a los fieles. Se da como alimento de vida, pan vivo y vivificante bajado del cielo. Él se ha encarnado para que tengamos vida y no cualquiera, sino la vida divina. Y para ello se hace presente también en el altar.
[Aquí tenéis un comentario a la otra antífona de comunión de este primer formulario de misas del tiempo ordinario]