Tres líneas de urgencia:
El Santo Padre acaba de firmar el decreto correspondiente.
¡El puente de mayo, a Roma!
¡Qué gran noticia para la Iglesia!
Pasada ya la alegría por la noticia y la pertinente compra de billetes baratos para ir a Roma ese día, cabe hablar con más calma de este asunto.
Juan Pablo II tuvo la difícil tarea de gestionar un caudal de gracia enorme surgido del Concilio Vaticano II, caudal no siempre bien entendido por aquellos encasillados en la pregresía o el tradiconalismo, casillas inservibles a los ojos de Dios.
Para todos los que transitamos entre la treintena y la cuarentena, ha sido un amigo especial, un cómplice, que nos animó a desgastar la vida por la Verdad de la mano de María.
Nos estimuló para hacernos saber que ser joven no es sinónimo de falta de compromiso, de nihilismo, de pasotismo, sino, precisamente, de todo lo contrario.
Nos llamó a proponer la fe que profesamos, a vivirla de forma natural, sin estridencias, pero sin falsos respetos humanos, de forma valiente y, si fuera necesario, martirial.
Nos habló de sexo y de familia; de defender la vida y de disfrutar y proteger la Creación; clamó con insistencia la necesidad de surtir de pastores al Pueblo de Dios y pidió compromiso de los laicos en lo temporal, lo social y lo político.
Nos recordó el compromiso secular de nuestra Patria con Cristo de la mano de la Virgen, su protectora, su confidente, su amiga. España, tierra de María, repetía sin cesar quien se entregó a ella "totus tuus".
Nuestro amigo, el Papa que admiraba a san Juan de la Cruz, será beato. Dios quiera que sea proclamado santo en poco tiempo.
Estamos de enhorabuena. Laus Deo