Cualquier ciudadano, libre de prejuicios y observador de la realidad española, ha percibido, a lo largo de estos años de democracia, que tanto la persona de Dios, como sus concretas derivaciones sociales, ha sido un tema tabú, ignorado, desconocido y evitado, como algo pasado de moda, obsoleto, insignificante e irrelevante.
La generalidad de políticos actúan, intervienen y discuten los temas más importantes, sin nombrar siquiera a Dios. Es más, viven, legislan, y obran de cara a la galería, “como si Dios no existiera”. Quiero recordar que en ningún caso de reunión plenaria de las Cortes de la Nación, se ha hecho a lo largo de los años de la democracia, alusión clara y directa al santo nombre de Dios y ni siquiera a su existencia, aunque solo fuese para pedirle ayuda o protección como en otros parlamentos extranjeros. Donde no hubo tal omisión, ha sido en el trato dado a la Iglesia católica, en el tema de la vida, del aborto, del divorcio exprés, de la enseñanza y del respeto a los signos cristianos. La revisión de la así llamada Memoria Histórica, la asignatura de EpC, los programas de TV, la nueva ley del Aborto libre y la eutanasia, los crucifijos en la escuela etc, han sido ocasión de serios roces, injurias y descalificaciones para los cristianos.
Se han echado de menos líderes convencidos y confesantes de su fe, creyentes y practicantes, que sirvieran como modelos de identificación para el Pueblo de Dios.
Dios sigue siendo el gran ausente de la política de este país.