Y en la lectura breve de Jeremías, 6, 16, hay esta frase: Paraos en los caminos a mirar, preguntad por la vieja senda: “cuál es el buen camino”; seguidlo y hallaréis reposo.
¡Cuántas veces necesitamos preguntar por la vieja senda! La senda o el camino de que nos habla Jesús, es estrecho, es incómodo. ¿Ha habido algún sacerdote santo que no haya orado, que no haya confesado, que no haya predicado, que no haya vivido la Eucaristía? De todo ello nos hablaron durante el tiempo de formación en el seminario.
¿Nos imaginamos a un sacerdote santo que tiene un día libre a la semana y, para que sea libre, ni siquiera celebra la Eucaristía? Esto se va extendiendo en algunos sitios. Con ese esquema, ¿seguirá avanzando la Iglesia? Caminemos por la vieja senda aunque nos cueste o vayamos contra corriente, porque así encontraremos la paz.
Si queremos que Dios nos lo dé todo hecho sin esfuerzo ni sacrificio por nuestra parte, ¿qué queremos? ¿que nos consideren como sacerdotes santos?
Comentando estas ideas creo que hay que reflexionar seriamente sobre algunas frases del Papa en su carta a los seminaristas, recientemente publicada:
“Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un hombre de Dios". Y es que si el sacerdote no es el hombre de Dios, ¿de quién es y a quién sirve? Puede, en vez de servir, servirse, como los malos pastores se servían de las ovejas.
“Por esto, queridos amigos, es tan importante que aprendáis a vivir en contacto permanente con Dios”. Dios debe ser lo primero y lo más importante en la vida del sacerdote.
“La Eucaristía es el centro de nuestra relación con Dios y de la configuración de nuestra vida. Celebrarla con participación interior y encontrar de esta manera a Cristo en persona, debe ser el centro de cada una de nuestras jornadas”.
Dice así: “Cuando no se integra en la persona, la sexualidad se convierte en algo banal y destructivo. En nuestra sociedad actual se ven muchos ejemplos de esto”.
“Recientemente, hemos constatado con gran dolor que algunos sacerdotes han desfigurado su ministerio al abusar sexualmente de niños y jóvenes… Sin embargo, estos abusos, que son absolutamente reprobables, no pueden desacreditar la misión sacerdotal, que conserva toda su grandeza y dignidad”.
Nadie podrá decir que oculta el problema de la castidad en los sacerdotes; bien claro lo dice. La sexualidad no es algo banal y recuerda a los seminaristas los casos de sacerdotes caídos, no para que se asusten, sino para que superen las tentaciones y eviten las ocasiones.
Queridos amigos: Quiero deciros unas palabras de amigo a amigo. No os voy a decir que no tiene importancia lo que habéis hecho. Pero recuerdo que Jesús preguntó a la mujer adúltera “¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más. »" (Jn. 8, 1011). No sé si os habrán condenado muchos o pocos. Pero seguro que quienes lo han hecho no sé si serían capaces de echaros la primera piedra. Lo que sí puedo deciros es que somos muchos los que no os hemos condenado, pero también somos muchos los que hemos sentido vuestros fallos y escándalos y vuestra salida del colegio sacerdotal.
No sé cuáles hayan podido ser problemas concretos, pero lo que os digo, os lo digo de corazón, aunque no os conozca. Pero también estoy seguro de que si hubieseis acudido al obispo y os hubieses sincerado con él o con algunos hermanos sacerdotes, quizá os hubieseis mantenido en el ejercicio del sacerdocio. Porque no olvidéis que el obispo y vuestros hermanos sacerdotes, al enterarnos de vuestras caídas lo hemos sentido como lo habrán sentido vuestros padres y hermanos. Nos sabemos miembros de la familia sacerdotal, nos hemos entristecido y hemos orado por vosotros.
No sé si vuestra situación actual os permite volver a ejercer el ministerio. Si podéis, volved; os recibiríamos con los brazos abiertos porque seguís siendo “sacerdotes in aeternum”.
Encontraréis siempre la misericordia de Dios y la compresión y ayuda del obispo y de los sacerdotes amigos. Lo que pasa es que cuando uno cae y no ve fácil levantarse, se va separando de quienes le pueden ayudar y se va cerrando las puertas de salida. Quizá éste haya podido ser vuestro caso como ha sido el de tantos.
Y si todavía estáis ejerciendo el sacerdocio, y lo estáis ejerciendo caídos en el pecado, ¿por qué vuestra conciencia de ser sacerdotes no os lleva a una auténtica conversión? Dios nuestro Padre estará esperando que seáis capaces de decir: "Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." (Lc. 15, 1819)
Si os decidís a volver al Padre, no os dejará decir la última frase, como no se la dejó decir al hijo pródigo su padre. También dirá Dios: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc. 15, 22-24).
Dios os quiere y os seguirá esperando siempre, siempre. Y os está llamando con su gracia para que deis los pasos necesarios para redescubrir aquel fervor inicial de vuestra primera etapa de sacerdotes.
Ah, y no os olvidéis de la Madre. También ella os quiere como nadie puede imaginarse. Os recomiendo que cantéis en vuestro corazón aquello que seguramente habréis cantado varias veces en vuestra vida: “Y si mi amor te olvidare, Madre mía, Madre mía, y si mi amor te olvidare, tú no te olvides de mí”.
Y como resumen de todo esto, digo: Que me siento orgulloso de pertenecer a la Iglesia, a ésta -que no hay otra- a la que pertenecen tantos hermanos que día a día van desgranando sus vidas ofrecidas incondicionalmente al Señor en pueblos sencillos, atendiendo a ancianos, pobres, enfermos, yendo a misiones e, incluso, con títulos universitarios, viviendo en la selva; y todo a cambio de nada, todo por el Señor. Ahí están con luchas, con debilidades, con necesidad de pedirle constantemente perdón al Señor y a los hermanos, pero firmes en su propósito de entrega gratuita y generosa.
Me siento orgulloso de pertenecer a la Iglesia de Jesús a la que pertenecieron Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Carlos de Foucold, Maximiliano Kolbe, Teresa de Calcuta... y tanta gente sencilla que vivió con sencillez y exigencia su fe en Jesús, el Señor.
Por eso, le doy gracias a Dios por el don de la vida consagrada que ha otorgado a su Iglesia ya que con la ayuda de su gracia ha hecho posible esa realidad, reconocida o no en nuestro tiempo, de cantidad de sacerdotes y consagrados que le están ofreciendo lo mejor de sí mismos, desde su juventud hasta la edad adulta de manera gratuita en la oración y en la caridad.
Y además de estar orgulloso de pertenecer a la Iglesia, no me avergüenzo de mis hermanos, por muchos defectos que tengan, ni de estos hermanos que han escandalizado a tanta gente, aunque es claro que no justifico su proceder. Y pido por ellos al Señor y sufro con sus padres, con su obispo, con sus hermanos sacerdotes y con los fíeles de las parroquias o comunidades donde actuaban.
De lo que sí me avergüenzo es de mí mismo, de mis pecados ante mi Padre Dios que tanto me ha mimado. Y le pido que tenga misericordia de mí, de estos hermanos y de todos nosotros.
En situaciones como ésta, hemos de saber escuchar una llamada del Señor, y hemos de hacerlo con mucha humildad y con mucha confianza..
Nadie debemos sentirnos libres de pecado, de este tipo o de otro -qué más da-. De lo contrario, podríamos ser como aquellos que acusaban a la adúltera a quienes dijo Jesús: "Aquél de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra ". Y cuando se retiraron todos, empezando por los más viejos, Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más." (Jn. 8, 711).
De éstos, como de otros hechos negativos, deberíamos todos sacar algo positivo. Nos debiera servir para pensar si la manera con que enjuiciamos los defectos de los hermanos es la correcta. No es que no hayamos de reconocer los defectos que tiene cualquiera, pero se pueden mirar como los mira un padre en su hijo, o como los mira quien parece que tiene un especial placer en poder criticar a cualquier miembro de la Iglesia y cuanto más elevado, mejor.
Desgraciadamente hay de todo. Pero como dijo Jesús, "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores". (Le. 5, 31-32). Personalmente, te invito a que pienses ¿Jesús ha venido por ti?
José Gea