Hace ya tiempo escribí un librito dedicado a un seminarista que iba a ordenarse de sacerdote; en él le hablaba de la limpieza y transparencia del sacerdocio que iba a estrenar.
Recuerdo que en la tarde de mi ordenación, me retiré a un montículo de mi pueblo y me veía como otra persona. Acababa de ser consagrado sacerdote y sabía que cuando yo dijese “esto es mi cuerpo” el pan se convertiría, no en mi cuerpo de José, sino en el cuerpo vivo de Jesús; y cuando yo administrase el sacramento de la penitencia, al decir “yo te absuelvo”, sería Jesús mismo quien absolvería al pecador a través de mí. Esa experiencia la hemos tenido de una u otra manera, todos los sacerdotes al ser ordenados.
Y ante la situación que estamos viviendo en nuestros días, en que se comentan, a veces con mucha virulencia, y con un mal disimulado odio a los sacerdotes y a la Iglesia, algunos fallos de sacerdotes que han pecado contra la castidad, incluso, casos de abusos de niños o niñas muy pequeños, es lógico que escandalicen a la gente; éste es el motivo del presente artículo.
Es cierto que los pecados siempre son rechazables, los haga quien los haga, y es lógico que se comenten. Pero una cosa es comentarlos con cierto regusto, como diciendo “todos son así”; o cuando hay un sacerdote muy bueno a quien admiran todos por su integridad de vida, esos mismos lo comentan diciendo: “si todos fueran así...”. Pero otra cosa es que se comenten con pena, como se comentan los fallos de alguien perteneciente a la propia familia.
También es cierto que en la situación actual y en el ambiente que respiramos, uno se encuentra en situaciones de tentación constante. Todos somos tentados, y al Señor no le pedimos que no seamos tentados, sino “que no nos deje caer en la tentación”, que es muy distinto.
Todos estamos viendo que nuestra sociedad está volcada sobre un estilo de vida materialista, al margen de Dios y de los valores religiosos, buscando el placer y la sensualidad.
Si queremos entrar a fondo en nuestro tema, creo que es necesaria hoy una reflexión seria sobre la castidad y sobre la necesidad de vivirla porque, por poco que miremos la realidad actual, vemos que hay muchas vidas rotas por el sexo, muchos abusos de menores, incluso por su propio padre, mujeres arrojadas a la cuneta de la vida, muchos matrimonios rotos por la infidelidad, y muchos niños que van creciendo sin padre o sin madre, o que están unos días con su padre y otros con su madre, y que normalmente acaban con alguna tara sicológica porque han hambreado amor y no lo han visto en su padre o en su madre; niños rotos para siempre porque el padre o la madre no han sido capaces de mantenerse fieles en la vivencia de la virtud de la castidad ni en la vivencia de la fidelidad matrimonial.
Hoy que está de moda el rechazo de Dios en la vida pública, podríamos hablar de otros dioses, del dios de la droga, del dios del placer, del dios del dinero, del dios del consumo, del dios del sexo... En definitiva, ídolos que esclavizan. Pero los cristianos creemos en un Dios que libera, que es Señor, y que nos comunica su señorío para que, también nosotros seamos señores.
La respuesta cristiana a la problemática sexual no es otra que la castidad. El señorío sobre sí mismo que esta virtud le da al hombre, es lo que le permite amar a Dios y a los hombres como deben ser amados. Hoy es necesaria la castidad cristiana como fuerza de choque ante el estilo de vivir que tiene nuestro mundo.
Aunque en el ambiente no es la castidad lo que más se aprecia, los cristianos no podemos dar por perdida la batalla de la castidad en nuestro mundo. El Señor puede hacer brotar ríos de agua viva en el desierto de nuestro mundo. Como dice el salmo 107: "Él cambia el desierto en un estanque, y la árida tierra en manantial". Lo hará si estamos con el corazón abierto en actitud de escucha, dejándonos interpelar por su Palabra que es liberadora y salvífica.
¿Qué particularidad tiene el celibato sacerdotal o la virginidad consagrada? Vivir la castidad de manera especial, que es lo que llamamos virginidad por el Reino.
Consiste en asumir como propio el proyecto de Jesús viviendo su mismo estilo de vida, con la entrega incondicional de sí mismo para que la acción salvífica de Jesús llegue a todos los hombres. Por eso renuncian incluso a formar una familia propia a fin de estar plenamente disponibles para el Reino. Nadie podrá decir que no es un proyecto ambicioso. Y si en el mundo son muy frecuentes los fallos contra la castidad, no me negarán que no es nada fácil mantenerse en castidad durante toda la vida. Y los sacerdotes, gracias a la ayuda de Dios, la viven, aunque es lógico que haya algunos fallos. Supone esfuerzo, renuncias y superar muchas tentaciones.
Hemos de ser muy conscientes de que quien elige, renuncia. Cuando se elije un valor se renuncia a cualquier otro si es incompatible con el elegido. El proyecto de virginidad no consiste primariamente en renunciar a nada. No hay vocación a la renuncia. La virginidad no es renuncia al amor sino a los límites del amor. Supone amar a todos como el padre ama a sus hijos.
Y es que en la virginidad se acepta como propio, el mismo proyecto de Jesús: Vivir la fraternidad que vivió Cristo con su estilo de universalidad, forjando así la familia de los hijos de Dios.
Unas pocas palabras para explicarlo. Todo cristiano debe estar dispuesto a dedicarle a Cristo toda su vida, hasta aceptar el martirio si llega el caso. Pero esta disponibilidad no la actúa el cristiano de forma permanente, sino a medida que se van presentando las circunstancias. Sabemos que el cristiano nada puede anteponer al amor a Cristo. Pero el cristiano ha de vivir esta disponibilidad absoluta como actitud interior. Mientras que el consagrado debe vivirla de forma permanente, como estado de vida, como "profesión".
Por eso el consagrado no se limita a aceptar las situaciones difíciles sino que se sitúa en ellas; se coloca voluntariamente en ese estado de absoluta radicalidad. La persona virgen se sitúa en estado de conflicto permanente, y está dispuesta renunciar incluso a muchos valores positivos, (por ejemplo al matrimonio, y a la posesión de bienes económicos propios, y a actuar según su voluntad) para dedicarse en exclusiva a los intereses del Reino.
El cristiano "vive para Dios". El consagrado debe vivir "únicamente para Dios", es decir, que Dios no es sólo el fin último sino también "el fin inmediato".
La virginidad es algo muy serio, no es un juego de niños, ni consiste en la pertenencia a cualquier grupo apostólico. Los vírgenes son los sucesores de los mártires. El martirio es algo terrible para la naturaleza humana, pero es algo normal en el cristiano siempre que quiera ser coherente con su fe. El combate a veces se compone de pequeñas cosas pero que son el lenguaje del amor. Y el gran amor se manifiesta en las delicadezas y en los detalles.
Algunos se acuerdan de que son célibes sólo en las grandes dificultades. Lo demás, como la gente normal. Pero no es así. El virgen no puede concedérselo todo; hay que estar vigilantes. Por otra parte, pocas veces se habla de nuestro Amor y de la alegría de vivirlo. Un celibato “no digerido” no dice absolutamente nada a nadie; ni a sí mismo. Y si no lo vivimos con toda seriedad, ¿para qué vivirlo? ¿para qué ser sacerdote?
El tener otros amores hace que tengamos el corazón en otra parte, por lo que perdemos el gusto de estar con el Señor. Y esto supone bajar el tono en nuestra amistad con Dios. ¿No es verdad que la causa de las defecciones suele ser tener el corazón en otra parte?
Aparte de la infidelidad al Señor que supone cualquier caída de un sacerdote en el pecado de impureza, hay que pensar en las consecuencias que puede tener, tanto a nivel personal como con respecto a la persona con quien haya podido pecar, y con respecto a la Iglesia.
De ello, hablaremos en el próximo artículo.
José Gea