Hoy, día de Reyes, publico este artículo en el semanario Alfa y Omega. Espero os guste.
Los niños de forma espontánea elevan la mirada al cielo, y también naturalmente gozan y se maravillan de su belleza y grandiosidad. Unos quedan encandilados con la luna, otros con las estrellas. Las primeras veces que las ven, no paran de repetir y de contar la novedad. Su corazón reconoce en el misterio y en la grandeza del cielo algo familiar. Contemplan y se dejan llenar por la inmensa presencia que trasluce la belleza de la creación.
Algo parecido a lo que experimentaron los magos de Oriente, que conservaban un corazón de niño en cuanto a la capacidad de asombro y a la fe. Ellos, “al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. Imagino el corazón, el alma de estos magos: sabios en la contemplación del cielo, conservaban la fina intuición de que éste les trascendía, y supieron llenarse de inmensa alegría, al ver la estrella. Inmensa alegría. ¿Lo imagináis? ¿Cuántas veces habrían contemplado el cielo, sin ver nada extraordinario? Por fin, un buen día, brilla una estrella de modo especial que les conduce a un pesebre con un niñito recién nacido. Los descubro allí, arrodillados, majestuosamente gozosos, exultantes y al tiempo serenos, el corazón henchido.
La alegría precede al encuentro. Les basta ver la estrella para llenarse de inmensa alegría. Inmensa es infinita. La estrella, amiga y familiar para ellos que contemplaban a menudo el cielo, los llena de confianza para el gran encuentro. ¿Cómo se sentirían? Gozosos, transportados, trascendidos por la realidad que estaban viviendo. Cerrar los ojos, y hacer con ellos la travesía, mirar y esponjarme de la paz y la alegría de sus corazones, hace que también mi corazón se llene de gozo y de luz. Porque reconozco en su alegría el sello de la paz y de la verdad. Gracias por vuestro recorrido, por mirar el cielo, por estar pendientes de las cosas de Dios y enseñarnos sin palabras qué es lo esencial.
Ellos, imagino, también después de este episodio, podrían decir como dijo el anciano Simeón en el templo después de ver al niño, “Ahora ya puedes dejar a tu siervo ir en paz”. Después de esta manifestación de Dios tan increíble, tan hermosa, tan plena, tan sencilla… ¿Qué hacer? Nada. Dejarse hacer. La propia experiencia les daría la sabiduría de saber ser de un modo nuevo, pues ciertamente ellos ya no serán los mismos. Su vida, desde ahora, va a estar siempre guiada por la estrella que ha bajado del cielo, y se llama Jesús. El espíritu de Dios será el que en adelante, como lo hizo a través de la estrella, guíe sus vidas, sin abandonar ya nunca esta alegría profunda del corazón.
Hoy, y coincidiendo con estos primeros días de año, me sumo a todos los que empezamos con nuevos propósitos para ser mejores, es decir, mejorar en lo que somos, afinar en lo que constituye nuestra esencia como personas, que dicho sencillamente es afinar en nuestro contacto con Dios, en la calidad de nuestra unión con Él.
Interceded por nosotros, magos de Oriente, que supisteis reconocer, confiar y alegraros profundamente por la presencia de la estrella en vuestro camino. Dadnos la gracia de comenzar este año, como vosotros, llenos de inmensa alegría.