Ahora bien, ¿qué es lo que sabemos de tan enigmática estrella, una de las más importantes del orbe, aunque sólo tres seres humanos la hayan observado y haga de eso tanto tiempo ya?
La noticia de la estrella que les guía, la dan los propios magos de oriente cuando, dando cuenta a Herodes de la razón de su no por mágico menos aguerrido periplo, le dicen:
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”. (Mt. 2, 2).
Una noticia, la de la estrella en cuestión, la de la entera historia de los magos en realidad, que conocemos por Mateo y sólo por Mateo, único de los evangelistas que nos da noticia de los que él llama “unos magos” de oriente. Y no poco sorprendente, por cierto, ya que la identificación de un acto histórico, el nacimiento de Jesús, hijo de David, con un acontecimiento celestial, la aparición de un estrella, hay que identificarlo en principio más con la religiosidad zoroástrica, e incluso con la imperial romana, que con la judía. Lo que no quiere decir que sea absoluta y totalmente ajena a ésta, de lo que es buena prueba algunos pasajes del Antiguo Testamento. Así, en el libro de los Números encontramos este versículo que la hermenéutica cristiana asocia inmediatamente con el que en el Evangelio de Mateo se refiere a la estrella de Belén:
“Oráculo de Balaam, hijo de Beor [...] lo veo, aunque no para ahora, lo diviso pero no de cerca, de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel” (Nm. 24, 17).
Episodio de parecida naturaleza, aunque en este caso para ilustrar el fenómeno contrario, el del surgimiento de la gran dinastía del mal, cabe hallar en el pasaje de Isaías que servirá para la identificación del diablo con otro cuerpo celestial:
“¡Cómo has caído de los cielos, lucero, hijo de la aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de las naciones!” (Is. 14, 12).
Pero la idea de unos magos santos que para encontrar y adorar al rey del mundo y redentor de la humanidad se valen de un fenómeno tan pagano como la aparición de una estrella en el firmamento, no casa bien con una religión, la cristiana, una de cuyas primeras preocupaciones es la de desembarazarse de todo resto de magia o superstición. Por ello, de cara a liberar a los magos de tan sospechosa práctica, el Papa San León I (440-451), en su Sermón 34 De la Epifanía (4, 3) afirma que una revelación divina y no otra cosa –en el relato de Mateo parecen ser los propios magos los que lo hacen- es la que lleva a los reales personajes a la asociación de la misma con el nacimiento del rey de reyes.
Los intentos de identificar el fenómeno celestial del que habla Mateo han sido muchos. Tantos como poco concluyentes. Así, lo mismo pudo tratarse de un mero cometa como de una stella nova, una estrella que aumenta repentinamente de tamaño y brillo; o como sostiene Pierre d’Ailly, de una conjunción de júpiter con saturno, la cual habría ocurrido el año 7 a. C.; o según afirma Kepler, de una conjunción de júpiter con venus, acaecido en el 6 a. C.. Fechas por otro lado, la de los años –6 y –7, que cuadran bien con la del nacimiento de Jesús a tenor de los demás datos que brinda el Evangelio, cuestión que ya hemos tratado en otro lugar.
No son éstas sin embargo, las únicas interpretaciones que del estelar fenómeno se han hecho: Orígenes (n.185-m.254) o el apócrifo autor que firma como San Juan Crisóstomo el Opus imperfectum in Mattheum, asocian la estrella a un ángel; Remigio de Auxerre (n.841-m.908) o Santo Tomás de Aquino (n.1225-m.1274), al mismísimo Espíritu Santo.
En cuanto a la original iconografía que le es característica, un destello seguido de una estela, todo parece indicar que se la debemos al Giotto (n.1266-m.1337), que la representó de esta guisa, o parecido (ver arriba), en su Adoración de los Magos de la Capilla de los Scrovegni en Padua, a imagen y semejanza de lo que le habría parecido ver cuando en 1307, tuvo ocasión de contemplar, él mismo, el cometa Halley.