El Señor me ha dicho: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7).
Preguntado por Jesús en la región de Cesarea de Filipo, Pedro hace su confesión en la divinidad del Señor: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16). No es algo que haya llegado a saber él solo por sí mismo, sino que se lo ha revelado el Padre y por eso es dichoso.
La humanidad de Jesús es para nosotros siempre una interrogación sobre su más profunda identidad y esa cuestión es el comienzo de la autocomunicación de Dios en la debilidad de la carne que ha asumido en la Encarnación. Pero a ello no le vamos a poder dar respuesta con nuestra razón.
Al comenzar la celebración del misterio de Navidad, necesitamos que sea el Padre quien nos manifiesta que es su Hijo eterno el que nace en Belén. Y es también gracias a Él como conocemos que quien se hace presente bajo la apariencia de pan y vino es el engendrado desde toda la eternidad, el Verbo que existía desde el principio. El Padre da testimonio de Jesús (cf. Jn 5,37; 6,45).
En la humildad del Bautismo de Juan o en la gloria del Tabor, necesitamos que sea el Padre quien sacie la necesidad que Jesús abre en nosotros de saber quién es Él, solamente la voz celeste que eternamente le habla en el seno de la Trinidad nos desvela el secreto mesiánico y sólo en el Espíritu la escuchamos.
En el misterio de Jesús, se nos da la dicha de la Trinidad.