No había podido llegar a ninguna misa y la mañana avanzaba hacia su final. Me acordé que en el colegio de mis hijos, el Santa Isabel, cada día se dice misa a las 13:30 y, como estaba muy cerca, aparqué y me dirigí a él. Llegué un poco tarde pero, al entrar en la capilla vi que el capellán, el Padre Benjamin Cieply, todavía estaba revistiéndose. No había llegado nadie. Las prisas por el montaje del festival de Navidad y las carreras por entregar las últimas notas y atender a los últimos padres en tutoría antes de las vacaciones acaparaban el tiempo de profesores y demás gente que trabaja en el colegio.
El Padre Benjamin comenzó la misa conmigo como único feligrés. Pero, acabado el Evangelio, la pequeña capilla empezó a llenarse de niños de 3º de Primaria, cosa nada rara pues en este curso harán la Primera Comunión y están muy motivados. Así fueron entrando Agustí Massagué, Juanito Rosas, Fedner y varios más hasta sobrepasar la decena. Es curioso, se trata de un grupo exageradamente movido, de esos que es imposible mantener quietos, sin embargo, sólo entrar en la capilla, su recogimiento era asombroso. La misa transcurrió. El Padre Benjamin me miraba y sonreía, pues mi complejo de Gulliver aumentaba por momentos. Y, después de comulgar, no pude dejar de pensar qué había dentro de esa urna de cristal (como dice la canción) para, literalmente, amansar a las queridas fieras de 3º de Primaria.
El Evangelio de Nochebuena nos dice, al referirse a los pastores: “Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían”.
¿Pero qué les pudieron decir más allá de haber encontrado a un matrimonio joven y a un niño recién nacido? ¿Qué pudieron encontrar sus interlocutores de maravilloso en esto? ¿Qué tenía este niño que causaba una impresión así a quienes lo veían u oían hablar de él?
¿Y qué magia puede tener el pesebre de una casa como la mía, hecho, en el agujero de una falsa chimenea, con las figuritas más sencillas que pueden comprarse en la Feria de la Sagrada Familia, sustentadas sobre el musgo recogido en la finca Mas Barnola de nuestros amigos los De Riba? ¿Cómo es que podemos quedarnos extasiados contemplándolo sin reparar el tiempo que pasa?
Y los futbolistas –porque este blog va de deporte-. ¿Por qué muchos clubes de fútbol se reparten en estas fechas por los hospitales, llevando alegrías a niños enfermos? ¿Por qué los jugadores del Valencia –¡chapó para todos ellos!- posaron largas horas, regalando su tiempo para realizar el calendario benéfico de Asindown (Asociación del Síndrome de Down de Valencia)?
La respuesta, muy clara. Porque hace 2.010 años se realizó el milagro más grande, un hecho que cambió los tiempos y el calendario: un Dios que se hizo niño y vino al mundo con un mensaje de salvación para todos, desde Julian Assange, director de Wikileaks, y Cristiano Ronaldo, hasta el más humilde y cochambroso indigente que duerme en un cajero situado a menos de 100 metros de nuestra casa.
La respuesta, en la primera frase de la homilía del Papa Benedicto XVI en la Sagrada Familia hace siete semanas: “La fiesta de hoy es santa, dedicada a Dios, nuestro Señor. No estéis tristes ni lloréis, porque el gozo del Señor será Vuestra Fuerza” (Ne 8, 911).
¡Feliz Navidad!