El beato Tito Brandsma (Bolsward, 23 de febrero de 1881 - Dachau, 26 de julio de 1942) fue un sacerdote carmelita y profesor de filosofía holandés conocido por su vehemente oposición a la ideología nazi y a sus pronunciamientos en contra de la misma desde antes de la Segunda Guerra Mundial.
El periodismo fue para él una vocación muy temprana. Escribe sobre espiritualidad numerosos trabajos en revistas y periódicos. Sus artículos suman cerca de los ochocientos; funda varias revistas, y es consejero y redactor jefe de varios periódicos.
En marzo de 1935 el arzobispo de Utrecht, Mons. De Jong, nombra al padre Tito Asistente Eclesiástico Nacional de la Unión Católica de Informadores y Periodistas (UCIP). El nombramiento fue muy bien recibido por los miembros de la Unión, llegando a afirmar, que no creían que hubiese otra persona más capacitada que el padre Brandsma.
En una época en que eran muy escasos los sacerdotes que se dedicaban a esta profesión, el padre Tito Brandsma era periodista profesional, poseía el carné número 7.668 de la Federación Internacional de la Prensa. Desde su puesto de Asistente Eclesiástico, dirá a los periodistas holandeses:
Nosotros, periodistas católicos, debemos tener presente en primer lugar que nuestra actuación debe ser positiva, constructiva. Ese es el camino querido por Dios para trabajar por la causa católica. En segundo lugar, debemos tener en gran honor la caridad como deseo del Señor. El amor debe resplandecer en el tono pacífico de la prensa católica.
La prensa, después de los templos -afirma tajantemente-, es el primer púlpito para enseñar la verdad. Es la fuerza de la palabra contra la violencia de las armas.
Historia Monasterio (xn--carmelitascaete-9qb.es)
La traducción del poema aparece en una breve semblanza del beato Tito Brandsma escrita por Ismael Martínez Carretero: Y tras la noche, la libertad, (Madrid 1993).
Para recitar ante el Niño Dios recién nacido.
Escrita por el beato Tito Brandsma el 1213 de febrero de 1942 delante de una estampa de Jesús, en la cárcel de Scheveningen.
Cuando te miro, buen Jesús, advierto
en ti el amor del más querido amigo,
y siento que, al amarte yo, consigo
el mayor galardón, el bien más cierto.
Este amor tuyo -bien lo sé- produce
sufrimiento y exige gran coraje;
mas a tu gloria, en este duro viaje,
sólo el camino del dolor conduce.
Feliz en el dolor mi alma se siente:
la Cruz es mi alegría, no mi pena;
es gracia tuya que mi vida llena
y me une a ti, Señor, estrechamente.
Si quieres añadir nuevos dolores
a este viejo dolor que me tortura,
fina muestra serán de tu ternura,
porque a ti me asemejen redentores.
Déjame, mi Señor, en este frío
y en esta soledad, que no me aterra:
a nadie necesito ya en la tierra
en tanto que Tú estés al lado mío.
¡Quédate, mi Jesús! Que, en mi desgracia,
jamás el corazón llore tu ausencia:
¡que todo lo hace fácil tu presencia
y todo lo embelleces con tu gracia!