Ayer asistimos a la misa funeral de Chus Villarroel en Santa María de Caná y salimos dando gracias a Dios por todo lo que Dios nos ha permitido vivir en esa corriente de gracia que es la Renovación.

Junto con el dolor de la pérdida, se juntaron los abrazos, los reencuentros, las alabanzas al Señor y esa agridulce sensación de gozo, agradecimiento y despedida por la vida de quien ha sido para tantísimos un amigo y un hermano entrañable, único e irrepetible.

De regreso a nuestro hogar, Cristy me comentaba la unción que se había palpado y ese sentimiento compartido de estar en casa que solo se da cuando te reúnes con los hermanos y todo se vuelve presencia de Jesucristo y del Espíritu Santo. Dios mora en la alabanza de su pueblo (Salmo 22,3) y qué hermoso es volver a casa, al hogar, donde todo es familiar y hay una historia de la que eres parte, donde eres uno más, por la que puedes dar gloria a Dios.

Por la noche algo en mí siguió dando vueltas a lo vivido, y me preguntaba qué es lo que tiene la Renovación que la hace tan especial. Después de tantos años —décadas— de corriente de gracia, de un impacto primero, un impacto segundo y ahora un impacto tercero en toda la Iglesia (en España ahora estamos viendo seminarios de vida en el Espíritu propagarse por todas partes), el caso es que ese algo es tan esencial que es invisible a los ojos de la carne.

Aparentemente, uno va a cualquier grupo y todo sigue igual. Los modos, las expresiones, hasta la predicación, tienen ese sabor tan propio que con los años ya se ha vuelto poso y en algunos grupos, solera. Con toda su pobreza y luminosidad, si esto sigue igual… ¿por qué resulta tan nuevo y refrescante?

Haciendo retrospectiva le contaba ayer a Concha algunas de las "aventuras" que he podido vivir en los últimos años, andando por toda España y parte del extranjero, conociendo todo tipo de expresiones e iglesias y compartiendo con cristianos de todas las confesiones. He visto iglesias carismáticas como HTB donde los conversos se multiplican y los encuentros son multitudinarios; he participado en congresos en Francia con catedrales a reventar de gente alabando a Dios; he sido testigo de oraciones por los enfermos donde la gente se sanaba, y he compartido la vida con misioneros que vivían al día en la más absoluta confianza en Dios, recibiendo su guía constante.

Todo eso se puede llamar Renovación, pero no es la esencia de la misma.

Al principio, pensaba que ser carismático era tener carismas, y me llamaba la atención el uso de los mismos, los cuales anhelaba. Empezando por las lenguas—el menor de los dones según san Pablo— y siguiendo por toda la lista de la carta a los Corintios, parecía que era algo que solo tenía la Renovación. Pero la esencia no estaba ahí, porque necesariamente los carismas no son patrimonio de un solo grupo en la Iglesia, sino que es acervo común de todos.

Después, durante años, pensé que lo característico de la Renovación era la alabanza y constato cómo ahora se está convirtiendo en algo viral, pues todo el mundo quiere hacer "worship". Pero llegué a la conclusión de que la esencia tampoco estaba ahí. Cualquiera puede hacer alabanza (y a cualquier cosa la llamamos alabanza) y no por ello ser tan distinto (al fin y al cabo, eso es lo que hacemos los cristianos, dar alabanza a Dios, y se puede hacer de muchas maneras y bajo todas las espiritualidades).

Rumiando la celebración de ayer, y el compartir posterior, rememorando la homilía de don Jesús y la presencia de tantos hermanos entrañables, de repente pensé: "¡Tate! ¡Lo diferente es que esta gente han sido salvados todos!"

Lo que tiene la Renovación es que la gente que se ha sumergido en ella metiéndose de cabeza hasta lo más profundo, ha sido salvada y por eso alaban. Ese algo especial, esa mirada bobalicona de enamorados cuando oran, ese derramamiento de gestos, ese afán por compartir con los hermanos y esa extraña adicción a Jesucristo mediante su Espíritu, son el producto de saberse salvados por Él.

Mirando a mi alrededor ayer, podía reconocer tantas caras, tantas historias, tantas vivencias. Quien más quien menos, todos andábamos como los de la parábola de Jesús de la boda a la que nadie quería venir y el Señor mandaba a los caminos a invitar a los cojos, los ciegos, los pobres y los averiados. Ayer, en medio de las alabanzas más angélicas, lo que se palpaba era lo pobre, lo pequeño, lo humilde, lo sencillo… porque en la Renovación no hay caretas. Quién no ha perdido a un ser querido, arrastra una enfermedad, o carga con una cruz familiar, o tiene tal o cual defecto, o ha sufrido un abandono. Y se lo ha contado a los hermanos, porque ha sido salvado por el Señor, y por eso le puede estar dando gloria a Dios con todo lo que tiene, sin ninguna pose.

Ayer pensaba lo diferente que era el sabor que tenía esta Renovación de tantas experiencias de "alabanza" que, como buenos posmodernos muchos de nuestros jóvenes están queriendo reproducir hoy en día por el atajo del éxito efervescente como su propia adolescencia prolongada. Puede que su música sea mucho más contemporánea, que se toque con una impecable profesionalidad, y que la alegría y el entusiasmo del subidón de los conciertos estén ahí y copen muchos titulares. Pero como diría San Pablo…aunque hablara las lenguas de los ángeles (o cantara como un ángel), aunque llenara estadios y saliera en Instagram, aunque me siguieran miles y me dejara los dedos tocando mil notas por ellos… si no tienes ese algo, de poco me sirve tu canción, el éxito de tu concierto o tu nivelón.

La Renovación que yo he conocido, tiene ese algo que te deja ese sabor de boca de la niñez y la autenticidad. No pretende ser perfecta, y tampoco te quiere cambiar. No se dedica a pedirte que des la talla, ni vive de autoimágenes de cumplimiento religioso exacerbadas. Es una Renovación que, como decía mi amigo Alex, se distingue porque cuando sales de ella, sales sin un kilo de peso. Será que sales así porque lo das todo, y no te piden nada… nada más que ser tú, poner en juego lo que eres, y dar gloria a Dios porque Él te ha salvado.

Y ojo, que en esa Renovación son enemigos de la gracia barata. Como decía Bonhoeffer, la gracia barata es «la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia, la Comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado».

Nada hay nada de barato en la Renovación; cuando miras esas historias de salvación y sufrimiento lo que hay es la vida de las personas y la sangre del mismo Dios derramada por ellas. Y eso amerita una entrega que es mucho más que levantar los brazos y decir gloria a Dios para darse un subidón. La respuesta es la vida, el sacrificio de alabanza, la existencia rendida y entregada, la absoluta certeza de depender de Dios y la profunda reverencia de quien adora y se postra ante quien es Tierra Sagrada y te ha dado la salvación.

No son los carismas, no es la belleza de la alabanza, ni la exultación de las lenguas; no es el subidón de las palpitaciones que da experimentar la presencia de Dios. No se trata de hablar en profecía, ni de tener descansos en el espíritu, ni de tener el don de la interpretación.

Se trata de la salvación. Se trata de Jesucristo. Se trata de vivir para su don y desde su don.

¿De cuántos grupos cristianos podemos decir que en ellos se palpa la salvación?

Yo no sé ustedes, yo ando más que cansado de la gente que en la Iglesia vive con tanta intensidad las cosas que les sobra verdad y les falta razón, a fuerza de hacerlo todo perfecto. Me cansan las tediosas liturgias pluscuamperfectas pero vacías de vida con sus homilías catequéticas que no saben proclamar kerigma (léase salvación) ni conectar con la vida de la gente, y solo saben dar recetas del debe del cristiano.

Estoy igualmente harto de los grupos que se dedican a subir el listón para dar la talla, como de los que lo bajan hasta hacer de la fe una aguachirle descafeinada. Me revientan las Misas vividas sin verdadera comunidad detrás, y me impacientan los tiempos de los liturgistas y los místicos incapaces de conectar su vivencia de Dios con la gente que tienen delante, cuando esa es su llamada principal.

Estoy cansado de una iglesia que ha dejado de ser niña hace mucho, en la que cada cual anda intentando propagar su receta.

Me sobran los milagreros y los turismáticos que van detrás del último predicador de moda, del sanador taumaturgo de turno o la penúltima aparición milenarista que nos va a salvar de todos los males habidos y por haber si rezamos muchos rosarios. Esa es la gracia barata, la que requiere la retribución, el favor o la recompensa y en el fondo no cree en la salvación profunda, radical y sobreabundante que ya nos ha ganado Cristo y solo tenemos que acoger.

Me hastían los sectarios que se llenan la boca de la palabra comunidad y juzgan al resto de los cristianos en función de si están en su movimiento o no. Me escandaliza la falta de comunión de quienes ponen su misión y su ministerio antes que la amistad y el caminar juntos.

Me faltan en la iglesia cojos, lisiados y pobres, que tengan por virtud la gracia de haber sido salvados, querer compartirlo, y sean tan niños y sencillos que se lo crean de verdad, y por eso no tengan miedo a que Dios los use para hacer milagros.

Yo no sé qué tiene esta corriente de la que Emiliano Tardiff, cuando le preguntaron si estaban locos los de la Renovación, afirmó: "Yo no sé si los de la Renovación están locos, pero todos los locos que conozco, están en la Renovación".

Yo no sé qué tiene… pero sé que lo tiene. Y está bien que lo tenga, y que sea así. Es la locura de la cruz, la gracia sobreabundante de la salvación en Jesucristo que se desborda en los corazones y la boca de su pueblo.

Me dirán que me he vuelto un poco chauvinista y que me he pasado en esta reivindicación de la Renovación… es lo que pasa cuando vas al funeral de Chus y se te agolpa su teología y enseñanzas en el corazón, porque las estás viendo encarnadas en la gente que está presente ahí.

Cuando empecé esta serie, con el "Reciente auge de lo carismático", quería comenzar hablando bien y luego analizar las luces y las sombras de la Renovación. Resaltar lo bueno y reformar lo mejorable. Todos tenemos una crítica o una idea feliz sobre cómo podrían ser las cosas. Toda experiencia tiene un punto de comparación, y la hierba del vecino siempre parece lucir más verde que la tuya.

Hace años, cayó en mis manos un libreto llamado "Renovando la Renovación" que parecía responder al clamor de muchos. Ahora me doy cuenta de que querer cambiar a la Renovación es un pecado de juventud que solo la inexperiencia y la falta de perspectiva puede producir.

La gracia de la Renovación es que es lo que es, y que está bien como es… porque es del Espíritu, el cual nadie sabe por dónde sopla ni a donde va. Como el niño que fue signo de contradicción, no es algo fácil de entender y decanta los corazones de quienes se acercan a ella, pues solo los que han sido salvados la pueden comprender sin escandalizarse.

Ese es su don, que la hace tan única y especial, y que Dios tiene a bien guardar confundiendo a los sabios y a los poderosos. Como dice la canción: no es el poder, ni es la fuerza, sino el Espíritu de Dios. El don es que es un pueblo de salvados, redimidos y rescatados. Esa es su fortaleza, esa es su virtud en la pobreza, y eso es ese algo esencial oculto a los ojos de la carne…

¡Gracias Chus por habérnoslo recordado una vez más!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.