De que en España se están encendiendo todas las luces rojas de la falta de sensatez y de sentido común y de que caminamos irremisiblemente hacia la nada, da buena prueba lo ocurrido con este profesor de La Línea con veinte años de experiencia, denunciado por un alumno musulmán por el terrible delito de hablar del jamón de Trévelez en la tierra del jamón.
 
            Seguramente no necesito explicar a Vds. los pormenores de la cuestión, que con toda probabilidad conocen tan bien como yo o hasta mejor, pues es lo que ha ocupado tertulias, artículos y comentarios durante varios días ya, como si en este país no estuviéramos en estado de alarma desde hace veinte días ya, o no hubiera cinco millones de personas en el paro y las colas de Cáritas no le dieran la vuelta a la manzana.
 
            Sí me gustaría, sin embargo, expresar cuatro  breves consideraciones que me asaltan cuando oigo hablar del tema.
 
            La primera se refiere al hecho en sí. Como tantas veces ocurre, lo mejor para entender lo que hacen otros, es llevarlo por pasiva e intentar contemplarlo como si lo hiciera uno mismo. En el ámbito cristiano al que, mal que a muchos les pese, pertenecemos la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país, es difícil encontrar un ejemplo asimilable a lo ocurrido en La Línea, por la sencilla razón de que el cristianismo, por el contrario que judaísmo e islam, no recoge prohibiciones alimentarias de ningún tipo. Lo más parecido tendría que ver, por ejemplo, con la indicación de comer pescado los viernes. Pues bien, ¿se imagina alguien a un alumno denunciando a su profesor, simplemente increpándole en clase, por decir éste, pongo por ejemplo, que él los viernes come carne? A más, a más, ¿se imagina alguien haciendo lo propio si el profesor fuera musulmán, y el país del cuento, un país de mayoría musulmana? ¿No habría que estar chalado para hacer algo así? Y en todo caso, ¿daría mucho pábulo a personaje tal, el cadí en cuestión?
 
            La segunda se refiere a la comunidad musulmana en España. Sinceramente digo que si yo fuera miembro de ella, no sólo no sentiría ninguna simpatía hacia la señora que ha interpuesto la estúpida denuncia, sino que, bien al contrario, estaría preocupadísimo por los efectos de la misma. La señora en cuestión no va a conseguir nada: ni se va a sancionar al profesor, apuéstense conmigo lo que quieran; ni va a sacar la menor tajada del asunto, apuéstense también conmigo lo que quieran... con toda probabilidad, hasta tenga que cambiar de colegio a la delicada criatura que no puede oír hablar del jamón por que hiere sus castos oídos, con los perniciosos efectos que en un infante de sensibilidad tan acendrada, pueda tener hecho de tal envergadura... Salvo una cosa, eso sí: generar la antipatía de la comunidad todavía mayoritaria en este país, la de españoles de raíz cristiana, hacia una minoría perfectamente respetable cual la musulmana. Es increíble el efecto multiplicador que hechos tan nimios como el presente, pueden tener en generar una corriente de simpatía o antipatía hacia enteras comunidades que no tienen nada que ver con el comportamiento de uno de sus miembros.
 
            Y esto me lleva a la tercera consideración, la más importante a mi entender, y es que lo que el caso en cuestión disfraza, tiene más que ver con el  deleznable estado en el que se encuentra la educación española y es un exponente más del nulo respeto existente hacia el profesor, que con una verdadera cuestión de convivencia interreligiosa.

            La cuarta consideración y última, se refiere al juez que ha recibido la denuncia, la cual pudo, y mucho me temo que debió, haber archivado directamente, sin darle el menor pábulo, que tal es la primera prerrogativa de un juez ante una denuncia privada. No haciéndolo así, como todo apunta a que ha ocurrido, ha puesto en evidencia la mentecatez que reside en tantos de nuestros compatriotas, la falta de sentido común, la crisis inmensa de identidad en la que nos hallamos inmersos (vuelvo a insistir en que intenten imaginar el caso contrario en un país de mayoría musulmana, por democrático que pudiera llegar a ser), la corrupción del tejido social, lo pernicioso del discurso de lo políticamente correcto, el daño irreparable del irenismo o buenismo que adorna la ñoñería de nuestro lenguaje, lo profundo que anida el miedo en muchos de nuestros conciudadanos, y tantas y tantas otras cosas que, de no cambiar y hacerlo además en un plazo breve, nos llevan directamente al fin, a la perdición, al suicidio... A la nada...
 
 
 
 
 
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