Una de las obligaciones de cualquier embajador es enviar despachos a sus Gobiernos dando su opinión sobre los asuntos que tienen lugar en el país donde están destinados. Esa opinión, que debería ser lo más objetiva posible, es inevitablemente subjetiva y, por lo tanto, sujeta a los condicionantes que afectan a cualquier ser humano a la hora de analizar la realidad. Esos despachos oficiales no sólo no son infalibles sino que además no están destinados al dominio público. Darlos a conocer vulnera el derecho a la intimidad del funcionario que un día los emitió, del país receptor de los mismos y también de la nación y de las personas que han sido objeto de análisis. El derecho a la libertad de información y de opinión no es absoluto y no debe quedar limitado a la prohibición de calumniar.

Dicho esto, y sin que sirva de justificación para una condena mayor de la que se merezca legalmente el fundador de Wikileaks, si nos fijamos en lo que ha trascendido acerca de la visión que la diplomacia norteamericana tiene del Vaticano, el resultado es bastante positivo. Positivo para la Iglesia, quiero decir, puesto que el nivel informativo de los diplomáticos de Estados Unidos no pasa de ser el que tendría alguien que se limita a leer los periódicos todos los días. Sus errores a la hora de pronosticar quién iba a suceder a Juan Pablo II son tan grandes que descalifican por sí mismos a quien los emitió. Decir de forma despectiva que el cardenal Bertone le dice siempre sí al Papa es ignorar la función de un secretario de Estado y probablemente ignorar también lo que hace la señora Clinton ante Obama. Afirmar que la Iglesia se opuso a Bush en lo de Irak, es notificar algo más que obvio. Del mismo modo, presentar al Vaticano como una institución preocupada por los derechos humanos, por la paz, por los emigrantes y por la suerte de las minorías, no sólo no es una crítica –aunque quizá quien lo escribió así lo considerara-, sino un gran elogio hacia la Iglesia.

Contar lo que pasa es relativamente fácil. Como digo, basta con leer la prensa. Saber por qué pasa lo que pasa es mucho más difícil e importante. Sólo cuando eso se sabe, se puede intuir qué es lo que va a pasar, que es lo que realmente cuenta. Lo importante no es la tienda, sino la trastienda. Sabemos lo que ha pasado con Wikileaks. Nos falta saber por qué han tenido lugar esas filtraciones, para enterarnos de lo que quieren conseguir los que las han provocado. Pero nos terminaremos enterando. De momento, la Iglesia y el Papa han quedado bien parados. Ojalá pudieran decir lo mismo otros que han sido calificados de “izquierdistas trasnochados”, entre otras cosas.