Paz y Bien:
El saludo de san Francisco nos ayuda a saborear la eterna novedad de la Navidad acompañándonos hacia la verdad, alejándonos de todo aquello que desluce y vuelve ambiguo el significado de esta fiesta. No dejemos que pase en vano esta enésima aunque siempre nueva Navidad.
La Navidad no puede dejar de inquietarnos: es una fiesta que parece haber perdido su sentido más íntimo y auténtico, y que nos lleva a preguntarnos quién es para nosotros aquel Niño, a ver a Dios en un niño, a creer en un Dios que eligió encerrar toda su grandeza en la pequeñez de nuestra humanidad. Y la Navidad no es sólo Jesús que nace en Belén, donde nació históricamente hace poco más de dos mil años. Navidad es Jesús, Hijo de Dios, que también este año, como cada día de aquella etapa histórica para los hombres de su tiempo y para cada uno de nosotros hoy, nos pide que le hagamos sitio, nos pide nacer en nuestro corazón. Es un tiempo de conversión la Navidad. Es aceptar y responder a las esperanzas de Dios.
Llamados por la fe a disfrutarlo en la gloria, la Navidad viene a fijar nuestra atención en la espera de Dios, su espera infinita para que la humanidad le encuentre un sitio en la historia cotidiana, en la vida de todos los días, en la solidaridad humilde que nos pidió Jesús mismo asegurándonos: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, diciéndonos también dónde podemos encontrar sus ojos y sus manos, por dónde caminar juntos y hacia dónde dirigir la mirada en el horizonte por el que volverá: A los pobres les tendréis siempre con vosotros…


No lo dejemos pasar. La Palabra de Dios nos ayuda y guía para conservar la esperanza mientras esperamos que venga el Señor de la gloria.
El Niño Jesús nos libra del miedo de estar en el transcurso cotidiano de la historia, de la soledad de quien no sabe regalar a los demás, y nos reúne en un movimiento coral donde nos descubrimos trasladados por el amor y capaces, por la gracia, de llevar este trocito de historia, único y precioso, que el Señor ha puesto entre nuestras manos.
Que la Navidad sea para todos esta conversión de nuestra mirada, darnos cuenta de que el reino avanza, está presente; que yo, nosotros, todos, juntos, podamos hacerlo presente. Y de aquí surge la necesidad de mirar a la creación, mirar al mundo, mirar al Oriente Medio, esta Tierra Santa “nuestra” –Tierra de Dios y Tierra de los hombres– “desde lo alto”, con la mirada de Dios. Hagamos nuestras, con audacia, humildad y fuerza, con el valor y la fantasía del sueño que se hace realidad si lo soñamos muchos, las palabras del Papa Benedicto XVI en la inauguración del Sínodo de los Obispos de Oriente Medio: “Mirar esa parte del mundo desde la perspectiva de Dios significa reconocer en ella la cuna de un plan universal de salvación en el amor, un misterio de comunión que se realiza en la libertad y por ello pide a los hombres una respuesta”. Todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de aceptar la propuesta de Aquél que nos ha creado y que renueva en nosotros cada día la sed de ser felices.


No dejemos que pase en vano. Respondamos a la esperanza de Dios, que se ha hecho Niño para que pudiésemos ir hacia Él como si necesitara de nosotros. Porque el corazón de nuestra esperanza está en saber que Dios nos espera, pacientemente, desde hace mucho tiempo.
Acogidos por su esperanza, vueltos a nacer por su perdón y su gracia, hombres de la misericordia y de la reconciliación, de la libertad y de la justicia, seremos entonces capaces de escuchar –entre el rumor de nuestra confusa realidad– el anuncio de los Ángeles: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Feliz Navidad

Para acceder directamente, pinchar aquí.