Entre todos –cristianos y no cristianos- con mayor o menor consciencia, estamos estropeando el primigenio sentido de la Navidad. Los que nos decimos cristianos, ofrecemos a los no creyentes una caricatura de esta celebración. Muchos, por culpa nuestra, sólo perciben los aspectos exteriores o superficiales de la misma.
El Dios cristiano, el Enmanuel o “Dios con nosotros”, viene hecho niño indefenso y menesteroso, a salvarnos , desde el silencio, la pobreza, la humildad y sencillez de Belén y a mostrarnos su infinito amor, solidarizándose con toda la humanidad. “Igual a nosotros en todo, menos en el pecado”. Sólo nos pide a cambio, nos esforcemos en amarle a El, presente en el prójimo más necesitado. Esto es lo esencial. Esto es el meollo de la Navidad.
En muchas ocasiones cogemos el rábano por las hojas, prescindimos del contenido y nos quedamos con el envoltorio. La Navidad cristiana no es, como piensan algunos, ruido, jolgorio, consumismo, excesos en el comer, beber o divertirse, ni siquiera ternurismo, nostalgia del pasado, viajes, gastos superfluos, folclore piadoso o evasión de la realidad etc. La auténtica Navidad es amor, caridad, fraternidad, solidaridad, oración, agradecimiento y unión íntima con el Niño Dios. No adulteremos más la Navidad.