El sábado pasado, en el contexto de un recital de música infantil, tuve ocasión de ver cómo un niño de cinco años tocaba al piano unas pequeñas escalas de nivel adecuado a su edad. Lo impactante fue el grado de concentración que consiguió durante los segundos en que se sentó al piano, delante de un auditorio que si bien era amable, también era numeroso.
Me ha quedado la imagen del niño sentado al piano, olvidado del entorno, concentrado en su tarea. ¿Qué era importante para él? Interpretar bien lo que sabía. Era poco, ni siquiera había melodía, y sin embargo tocó con la dignidad de la persona que ha trabajado y no teme exponerse. Un poco se convirtió en mucho, gracias a la actitud con la que afrontó la situación.
Este episodio me ha llevado a reflexionar sobre la concentración, un bien cada vez mas difícil de conseguir. Las distracciones a las que nos enfrentamos son de lo más variadas. ¿Quién no ha iniciado una actividad que considera importante y requiere cierta concentración, y ve cómo enseguida afloran llamadas, mails, asuntos pendientes, que ocupan la mente y apartan de la actividad que habíamos decidido empezar?
El ejemplo de este niño de cinco años me ha invitado a examinar mi nivel de concentración y de dispersión cuando me pongo a hacer algo. Os invito a hacer lo mismo. Además, sin querer decir que los mails, las llamadas, los asuntos pendientes no sean importantes, normalmente los priorizamos por su urgencia, no tanto por su importancia. Las tareas importantes son las que en general requieren un alto nivel de concentración, y también las que a menudo se quedan sin hacer. Importante, a mi modo de ver, es el rato que ese niño ha pasado centrado delante del piano, y le ha permitido luego interpretarlo delante de un grupo de personas sin que le tiemblen las piernas. Y es importante porque es algo que le ha potenciado en la construcción de su personalidad: su esfuerzo ha tenido un fruto, y exponerse ante un público le ha permitido comprender que lo que aprende no sólo es para él, sino que lo puede compartir y a la gente le gusta escucharlo.
Ha sido, en definitiva, una hermosa lección de vida.