Con frecuencia se distingue entre vida pública y privada. Algunos con ello pretenden compaginar el tener un cargo importante en la administración, con una vida privada inmoral. Claro, una cosa es saber pintar, o cantar, o darle a un balón, y otra muy distinta es la moralidad personal.
No es el mismo caso cuando hablamos de la honradez en la vida pública y en la privada. Es la misma honradez la que se manifiesta en ambas. Porque ¿qué varita mágica transforma a una persona corrupta en honrada por el hecho de que se la hayan confiado responsabilidades públicas? ¿Podría alguien decirme que uno que sea ladrón en su vida privada, deja de serlo cuando se le confía la administración de grandes bienes en la vida pública? ¿Quién de nosotros le confiaría sus bienes? La honradez, cuando la hay, se da en la vida privada y en la vida pública. Y cuando no la hay en una, tampoco la hay en la otra; como cuando uno es feo, lo es en una y en otra.
Esto, aunque haya muchos que no quieran oírlo, es así. Ahí está la experiencia; las "honradeces" van juntas en una misma vida; lo mismo cabe decir de las "deshonradeces". Es corriente que en los casos de corrupción que se van conociendo, aparezca la "amante" al lado del corrupto. Y esto vale para todos, estén en el gobierno, en la oposición, o al margen de la política.
Ni la corrupción es patrimonio de quienes nos gobiernan, ni la honradez lo es de la oposición. Lo que sí hemos de exigir quienes formamos la sociedad, es que, por ejemplaridad, quienes ostenten cargos públicos, deben ser los primeros en cumplir la ley puesto que tienen como misión hacerla cumplir.
En la actualidad hablamos mucho de estabilidad social y política. La estabilidad no se logra encubriendo fraudes e irregularidades, sino más bien, con honradez en la gestión de la cosa pública, con claridad en los programas y transparencia en la gestión, sin miedos de que aparezcan las lacras.
Si hay algún caso de corrupción debe haber la mayor transparencia en clarificarlo y en hacer justicia. Es la única manera de que la sociedad se fíe de los políticos; y cuanto más elevado sea el cargo, más transparencia debe haber. Ante una sociedad enferma no podemos ocultar sus enfermedades estén donde estén, sobre todo si los miembros enfermos son de los más importantes. Las enfermedades hay que curarlas, no esconderlas. No vale decir que estamos muy sanos si los síntomas son de enfermedad grave.
El tumor social que puede haber, lo mismo perjudica al cuerpo si está en la derecha que si está en la izquierda. Hay que extirparlo esté donde esté; y para extirparlo hay que descubrirlo.
Es una vergüenza que hayan tenido que ser precisamente periodistas quienes hayan ido descubriendo los grandes fraudes, y que no los hayan detectado desde la Administración, a pesar de contar con los mejores medios para hacerlo. Con la particularidad de que con esa manera de actuar, están dando la impresión de querer "tapar" muchos casos.
La regeneración social es tarea de todos. Y los cristianos tenemos el deber de promocionar los grandes valores morales que han configurado nuestro patrimonio cultural y religioso: vida, respeto, libertad, conciencia…
Ya he insistido varias veces en el respeto que se debe a las creencias y a las convicciones religiosas de los ciudadanos, sin lo cual no puede hablarse de una sociedad de progreso, y menos, cuando se hace mofa públicamente de valores religiosos fundamentales, con el silencio de las autoridades,.
Los políticos deben ser conscientes de lo que la sociedad les ha encomendado. Deben ser responsables en el gobierno y en la oposición. Están en función del bien común. El Gobierno debe ser el abanderado en la lucha contra la corrupción; ni la oposición ni los periodistas. El Gobierno no se puede convertir en un acusado público ni en un encubridor de delincuentes.
En cuanto a los ciudadanos de a pie, creo que debiéramos dejarnos de derechas e izquierdas para apoyar a quienes ofrezcan una mayor garantía de promocionar los valores morales, de los que apenas hablan los políticos, pero que son cruciales para el progreso de nuestra sociedad.
José Gea