Lo he dicho más veces. Cuando yo tenía entre 15 y 23 años, veía a la Iglesia como un lugar lóbrego y aburrido, en el que los curas eran aburridos, tediosos y tristes personajes incapaces de vislumbrar, en las vidas de los pecadorzuelos como yo, el anhelo de alegría y felicidad que nos inundaba incluso cuando pecábamos, y solo Dios puede dar.
Me recuerdo a mí mismo, con unos once años y escuchando una clase de Religión en un colegio católico, pensando: “Si este tío se creyese lo que me está contando, no lo diría así”. El tío era un profe de Religión que contaba con la alegría de un cactus seco, que Cristo había resucitado y que Dios me amaba. Evidentemente, no le creí, y busqué la alegría en otros lugares. Tampoco la encontré allí, pero me divertí más que en la Iglesia.
Con los años he descubierto que ser cristiano es ser Alegre. Ser cristianos es ser Esperanza. Ser cristianos es cantar y bailar con todas tus fuerzas ante Dios. Ser cristiano es dar testimonio pase lo que pase, caiga lo que caiga, a todo hijo de vecino que se tercie, a tiempo y a destiempo, con hábito de monja o en bañador de playa. No solo con respeto, sino hasta con chulería, porque tener conciencia de cristianismo es ser indestructible.
He visto en comunidades cristianas pobres y perseguidas como ellos SABEN que ni con la muerte dejan de existir, pues la última palabra de su vida no es muerte, sino Resurrección, escrita por Cristo hace dos mil años. ¿Existe mayor chulería que saberse vencer a la muerte? ¿Existe mayor chulería que saber que ni con la muerte se deja de existir? Hace falta ser muy chulo para decir las cosas que decía san Pablo.
De esa conciencia de ser cristiano surge una alegría que no se queda en caras largas, personas tristes, sino en cánticos, en bailes, en alabanzas sonoras y llamativas, en oración silenciosa y sonriente cuando la intimidad lo requiere, y en fiesta alegre y total cuando la gente lo necesite.
El pasado mes de octubre participé en una Eucaristía en Jartum, en un campo de refugiados cristianos, en la que casi me revientan los tímpanos de los cantos y gritos de aquello negros harapientos. Era la manifestación externa de la alegría y emoción por lo que sucedía sobre el altar. Aquellos cristianos eran chupi-guays, mogollón de molones, joviales y alegres hasta dar envidia. No se sabe cómo viviendo en aquella miseria, en el desierto, en un campo de refugiados, los cristianos de allí nos dan mil vueltas en alegría y esperanza a los de aquí.
La Iglesia es un cofre, tantas veces un cofre corroído, oxidado y cochambroso, con las bisagras chirriantes y el cerrojo estropeado. Pero sigue siendo el Cofre del Tesoro, la presencia real y auténtica y viva de Cristo con nosotros, en la Comunión.
Recuerdo la primera vez que fui al Festival de Jóvenes de Medjugorje. Allí vi a unas monjas bailar. ¡Qué fuerte! ¡Qué atrevidas!.... ¡QUÉ ALEGRES! ¡QUÉ CRISTIANAS! ¡QUÉ TESTIMONIO!
A mí, que unas monjas sean de clausura o lo dejen de ser, que bailen o no, la verdad, me importa tanto como si se hacen astronautas. Mientras recen las Horas en la Estación Espacial… Mientras sean buenas monjas y auténticas, mientras lo suyo sea de Dios, que sea lo que Dios quiera.
Ser cristiano es Alegría. Ser tristes no sé lo que es, pero si sé lo que no es: cristiano. Por la alegría que las Iessu Comunio demuestran, tienen más pinta de ser cristianas que de no serlo. Y en lo que a mí respecta, me muero de ganas de verlas en la próxima JMJ, dándolo todo, como lo daba David ante el Arca de la Alianza, ante la presencia de Dios.
Por lo demás, sean lo que sean las monjas que sean, faltarlas al respeto retrata al que se lo falta, no a ellas. La Iglesia sigue chirriando por muchos lados. Menos mal que algunos cristianos le dan un poco de Alegría al Tesoro que contiene, incluso vistiendo en vaqueros y deportivas.