[Normalmente los artículos que me publican en Libertad Digital aparecen algo corregidos respecto al original. El de hoy lo ha sido, a mi modo de ver, en exceso. Les he pedido que pongan el original, pero, como en el momento que escribo este comentario no lo han hecho aún, os copio, tal cual, lo que envié al periódico. Espero que lo hagan a lo largo del día.
Me lo han restaurado algo, pero no del todo]
 

A finales del segundo siglo de nuestra era (ca. 180 d.C.), el número de cristianos de habla siríaca, copta y latina había aumentado considerablemente, por lo que las versiones de la Biblia, a la que para ellos era lengua vernácula, fueron apareciendo. La razón de ello cae por su peso, tanto el Nuevo Testamento en su original griego, como el Antiguo Testamento, bien en el original hebreo bien en la traducción griega, resultaban incomprensibles para quienes no dominaban esas lenguas.

Este fenómeno, que ya había tenido lugar, entre los judíos, antes del nacimiento de Jesucristo, marca una clara diferencia con el Islam: el Corán para él es intraducible. En cambio, para el cristiano, la Biblia no es un libro que recoja palabras que dictara Dios en el pasado y que, por ello, quedaran congeladas e intocables en una lengua pretérita sin más interpretación que la literal; por el contrario, es palabra divina –en palabras de verdaderos autores humanos y no de taquígrafos– que se está diciendo aquí y ahora para cada oyente en concreto. De modo que el cristianismo no se entiende a sí mismo como una religión del Libro –pese a lo que muchos digan siguiendo el parecer de los musulmanes–, sino de la Palabra viva de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (S. Bernardo de Claraval).

Antes de finales del s. IV, había diversas versiones latinas, ninguna de ellas oficial, cuyo conjunto se conoce como Vetus latina. La traducción al latín que se conoce como Vulgata, por ser la divulgada y que llegaría a ser la oficial del occidente latino de la Iglesia, fue realizada en aquéllas fechas por S. Jerónimo; un trabajo en el que el sabio dálmata empleó lo mejor de la filología de aquella época. Algo en ello parece que tuvo que ver un papa originario de la Hispania, S. Dámaso I; pudiera ser que esta colosal empresa comenzara al haberle éste encargado la traducción de los evangelios.

El pasado 14 de diciembre, la Conferencia Episcopal Española presentó la primera versión completa oficial en español de la Biblia; sería, por tanto, en lengua castellana, lo que fue laVulgata en latín. Esta traducción ha sido posible gracias al trabajo que han llevado a cabo, durante diez años aproximadamente, más de una veintena de especialistas, algunos ya fallecidos, y la ha publicado la Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.).

Será la que la Iglesia católica en España emplee en las celebraciones y libros litúrgicos, en sus documentos y en la enseñanza escolar y catequética; pero, en modo alguno, el que sea la versión oficial quiere decir que vaya a ser la única, aunque es previsible que se vaya imponiendo como la dominante. En Italia, por ejemplo, la versión oficial la publican distintas editoriales, sin tener el monopolio ninguna; la originalidad está en el modo de editarla, en que cada edición ofrece sus propias notas explicativas o de pasajes paralelos, en las que muchas veces se sugiere al lector, a pie de página, alguna traducción alternativa para versículos concretos.

Hasta ahora, aunque ha habido variedad de traducciones completas fruto de distintas iniciativas, solamente se contaba, como traducción oficial, con lo correspondiente a los leccionarios litúrgicos –en ellos tuvo un papel fundamental Luis Alonso Schökel, junto a Ángel González Núñez, José María González Ruiz, José María Valverde y también Juan Mateos–, lo cual, pese a su amplitud, no abarcaba la totalidad de la Biblia.

El proyecto surgió con fuerza en Madrid, en septiembre de 1995, a raíz de un encuentro de obispos y teólogos sobre el documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia. Lo que se pidió, en aquel momento, fue una versión completa en la que se integraran revisados los textos que ya se utilizaban en la liturgia. Para llevar a cabo esta ambiciosa empresa, se creó, en 1996, un comité técnico compuesto por un presidente, Domingo Muñoz León, un secretario, Juan Miguel Díaz Rodelas, y tres vocales, con los que ha colaborado un nutrido grupo de biblistas. En 2007, ya se contaba con un primer texto que, tras ser revisado, fue aprobado por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal el 26 de noviembre de 2008. Como conclusión de tan largo proceso, el texto aprobado recibió la recognitio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 29 de junio de 2010.

Éste ha sido, de momento, el último capítulo de la historia de la Biblia en español. El primero lo escribieron aquellas biblias romanceadas que empezaron a aparecer en el siglo XII y más concretamente aquellos pasajes del Antiguo Testamento traducidos, entre 1126 y 1142, a un castellano contemporáneo del Poema del Mío Cid, por Almerich Malafaida, que llegó a ser patriarca de Antioquía, y que envió a su amigo de juventud, el arzobispo Don Raimundo de Toledo. Ni la historia del castellano ni la de España son comprensibles sin la Biblia.