A todos, en la Iglesia Católica, nos viene bien recordar el legado de Mons. Fulton Sheen (1895-1979) como ícono de la televisión estadounidense y arzobispo que, actualmente, se encuentra en proceso de canonización. ¿A qué se debe que continúe siendo tan significativo; especialmente, en países anglosajones, no obstante la influencia cultural del protestantismo? Sin duda, al trinomio que marcó su vida: fe, inteligencia y buen humor. Cuando falta alguno de los tres rasgos, la Iglesia deja de crecer y el tedio llega por todas partes.

Mons. Fulton Sheen, en vez de quedarse de brazos cruzados en medio de un contexto cosmopolita, vivía lo que creía, siendo además una persona preparada y, al mismo tiempo, bromista, capaz de tener alguna buena puntada al explicar o debatir. Hay que tomar nota de todo esto para que podamos ser los católicos que el siglo XXI necesita en los más variados contextos de la sociedad. Desde un convento de clausura hasta un foro económico.  

Creer, implica pensar, porque aunque Dios supera los parámetros de la razón, permite un abordaje lógico, capaz de resultar pedagógico para todos. Por algo, se hizo palabra. Es decir, accesible a nuestro lenguaje. Frente a homilías que pueden quedarse en la abstracción o en recitar lo que ya se leyó sin conectar con la vida o conferencias en las que todo es susto y condena, Fulton Sheen, nos recuerda que cada uno -sacerdote, religioso(a) o laico(a)- tiene que redescubrir constantemente la fe para poder generar acciones y palabras que sean inteligentes, además de alegres en un mundo que lo necesita, aunque aclarando que no estamos hablamos de una alegría cursi o rebuscadamente piadosa, sino basada en el hecho de tener una visión de la vida desde el contacto con Dios, aquel que nos pide ser católicos coherentes, pensantes y con buen humor.